Burkina Faso ha vivido unos últimos 14 meses extraordinariamente convulsos. Durante años el país africano era considerado como un remanso de calma y seguridad en un mar de inestabilidad que era el Sahel. Esto acabó con los sucesos que siguieron al despertar de la población burkinabesa que protagonizó la resistencia popular al autocrático régimen del presidente Blaise Compoaré en octubre de 2014. Burkina Faso ha conocido en pocos meses una revolución popular, un golpe de estado, un contragolpe y la culminación de la transición con la celebración de unas históricas elecciones. Las elecciones parlamentarias y presidenciales transcurrieron con tranquilidad y transparencia, y tras ellas, el país se encaminaba hacia la salida de la crisis política.
Pero era cuestión de tiempo que Burkina Faso se viera contaminado por la lacra que en los últimos años ha azotado a sus vecinos del Sahel, el terrorismo yihadista. El pasado viernes 15 de enero Burkina Faso sufrió un atentado en pleno corazón de su capital, Uagadugú. Un grupo de hombres armados irrumpió con kalashnikovs y granadas en la concurrida cafetería Capuccino – donde asesinaron al mayor número de personas- y continuó provocando víctimas en el adyacente hotel Splendid, para acabar su sangriento ataque en el cercano hotel Yibi y en la cafetería Taxi Brousse. El atentado parece que fue coordinado con otras acciones terroristas que se produjeron el mismo día en otras partes del país: un convoy de gendarmes fue atacado cerca de la frontera septentrional con Mali y una pareja de australianos fue secuestrada en el norte del país.
El fin de la excepción burkinabesa
El trágico ataque – que causó la muerte a 29 personas de varias nacionalidades e hirió a más de 50- fue rápidamente reivindicado por Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI). Hasta el momento el país africano había sido respetado por los grupos afines a la nebulosa yihadista que operan desde el vecino norte de Mali. Para los observadores de la región son habituales las noticias de atentados y ataques terroristas que casi de forma cotidiana golpean el norte de Mali. Este país sufrió en 2012 la dominación de la mitad norte por grupos terroristas. La experiencia yihadista terminó en enero de 2013 con la intervención de las tropas francesas en el marco de la operación Serval y desde entonces Burkina Faso es una pieza importante en el despliegue militar y de inteligencia que franceses y norteamericanos mantienen en el Sahel para contrarrestar las acciones yihadistas en la región.
Los ataques en Uagadugú demuestran lo que se viene observando en Mali en el último año y medio. Los grupos yihadistas han resistido la derrota que les infligieron las tropas francesas en el norte de Mali en 2013 y se han adaptado a los esfuerzos antiterroristas y militares internacionales en la región, logrando sortear toda clase de obstáculos para mantenerse no solo activos, sino para recuperar su capacidad de asestar espectaculares golpes. La facilidad con que se ejecutó el atentado en Uagadugú y el gran número de víctimas manda un mensaje de los yihadistas a Francia y a sus socios europeos y africanos de que pueden golpear incluso en aquellos lugares que se creían seguros como era la capital de Burkina Faso.
Las operaciones terroristas simultáneas en el país africano reafirman la intención de la rama magrebí de Al Qaeda y de otros grupos yihadistas de extender el terror más al sur del Sáhara, fuera de la tradicional zona de acción en el norte de Mali. Los ideólogos yihadistas ya habían amenazado con anterioridad a los países que colaboran con Francia en la lucha contra el terrorismo en Mali. Para atacar Burkina Faso éstos aluden a la participación del país africano en la misión de la ONU en Mali, MINUSMA – con cerca de 1 700 efectivos- y a la colaboración de su gobierno con ‘los cruzados’ franceses en lo que denominan la ‘lucha contra el islam’ en África. En ese sentido tuvieron lugar una serie de acciones terroristas en suelo burkinabés que precedieron al ataque sobre Uagadugú.
Llama la atención que hasta fechas recientes Burkina Faso no había sido agredido por la violencia terrorista internacional, siendo la excepción en la región junto con Senegal. Parece que dicha situación era fruto de un pacto de no agresión entre las fuerzas yihadistas y una figura importante dentro del régimen del presidente Compaoré, el general Gilbert Dienderé, pacto que se habría quebrado tras la deposición de Compaoré. Aparentemente el militar mantenía conexiones con los yihadistas y ejercía de intermediario entre los gobiernos occidentales y los yihadistas para negociar la liberación de rehenes, como la puesta en libertad de una ciudadana suiza en 2012 – ahora nuevamente secuestrada en el norte de Mali. Los yihadistas no han visto problema en golpear este país una vez que sus antiguos interlocutores ya no se ubican en las altas esferas de poder del Estado.
Restructuración de la amenaza yihadista en el Sahel
Los ataques en Ugadadugú señalan un cambio en la estructura del yihadismo en la región. Los golpes asestados desde 2013 a AQMI y a sus grupos afines les obligó a dispersarse, para luego descentralizarse y, últimamente, reestructurarse. En el comunicado reivindicativo del atentado AQMI indicó que la operación fue ejecutada por la Qatiba Al Mourabitoun, refiriéndose a la brigada comandada por el famoso terrorista Mokhtar Belmokhtar. Este dato, por tanto, certifica la reintegración del argelino y su grupo en la organización original, AQMI, después de un tiempo de distanciamiento entre ellos. Fue durante la ocupación del norte de Mali en 2012 que el terrorista argelino decidió separarse de la organización liderada desde Argelia por el emir Abdelmalek Droukdel. El reciente ataque en Bamako en noviembre 2015 ya señaló cierto acercamiento entre las partes. El terrible atentado en el hotel Radisson Blu fue reivindicado por el grupo de Belmokhtar pero se informó de que se había realizado junto a AQMI. Pocos días después el emir Droukdel anunció públicamente la reconciliación con Belmokhtar y su reintegración en la organización.
Las escasas informaciones que han trascendido sobre la operación yihadista en Uagadugú nos aportan algunos datos complementarios. La naturaleza del ataque indica una consolidación de un modus operandi que recuerda al reciente ataque en Bamako, pero también a los atentados de In Amenas (que protagonizó el mismo grupo de Belmokhtar), Bombay, Jakarta o incluso París, en el que se incluyen tácticas de guerrilla urbana y el ataque a objetivos blandos en el corazón de una capital, con el objetivo de buscar víctimas occidentales y un gran impacto mediático. También se aprecia una sofisticación en la manera de proceder. Se observa una evolución desde el ataque al bar La Terrasse en Bamako en marzo de 2015, donde un único atacante causó cinco víctimas, hasta la sangrienta operación en la capital burkinabesa en donde los atacantes golpearon más de un objetivo, incendiaron coches en las inmediaciones del lugar para despistar a las fuerzas de seguridad y causaron un gran número de víctimas.
Otro dato a destacar es la extrema juventud de los autores del atentado. Según se observa en las imágenes facilitadas por la propia organización AQMI, los tres jóvenes autores materiales son de tres etnias distintas de la región por su aspecto y por las nisba o filiaciones adoptadas para la operación. Al menos uno de ellos sería de etnia fulani o peul (Ahmad Al Fulani Al Ansari), un numeroso grupo étnico y lingüístico que se encuentra distribuido en varios países de la región. Se sospecha que miembros de determinadas comunidades peul del norte de Mali han integrado en los últimos años los grupos de MUYAO y el propio Al Mourabitoun. Esto indica que el movimiento yihadista mantiene una notable capacidad de reclutamiento entre las poblaciones del Sahel por encima de las posibles divisiones étnicas y que lo hace en uno de los grupos sociales más vulnerables, como son los jóvenes.
Teniendo en cuenta que Belmokhtar y su grupo han protagonizado los mayores ataques en la zona (In Amenas, Niamey y Bamako por partida doble) y que siempre han hecho pública su lealtad a la organización liderada por Al Zawahiri, también es posible que los ataques supongan un nuevo mensaje en el marco de la rivalidad dentro del movimiento yihadista global entre la organización Al Qaeda y el DAESH ante el posible desembarco de la organización de Al Baghdadi en la región. La penetración del DAESH en ámbitos geográficos cercanos como Libia, Argelia y el juramento de lealtad a Al Baghdadi de Boko Haram en el norte de Nigeria, parecen haber empujado a AQMI a reorganizar sus fuerzas y su presencia en la región para intentar mantener el monopolio del terror en la región y para evitar posibles fisuras en sus filas.
Al igual que los atentados en Bamako, los ataques en Uagadugú ponen el foco sobre la efectividad de las medidas locales e internacionales para frenar el avance del yihadismo en el Sahel. Es posible que las actuaciones de las fuerzas militares y de inteligencia francesas e internacionales en Mali hayan prevenido acontecimientos peores en la zona. Es difícil imaginarse que hubiera pasado si no se hubiera llevado a cabo la operación Serval en 2013. Pero el perfil de los atacantes, hombres jovencísimos de la región y de etnia variada, apunta a que los dividendos de la paz en el norte de Mali no terminan de llegar a las poblaciones y que la débil situación de los países del Sahel no ayuda a evitar la radicalización de sus jóvenes.
Foto de portada: Jef Attaway