“Nuestra revolución, es una revolución de mujeres”, era uno de los lemas durante las manifestaciones que recorrían las calles de Jartum y de otras ciudades de Sudán, forzando la caída del dictador Omar Al Bashir hace un año tal día como hoy. No es casualidad que las mujeres tuvieran un papel central en la revolución. Durante años nuestras madres y abuelas fueron construyendo las bases de la resistencia popular y la lucha contra el régimen que nos oprimía, humillaba y mutilaba nuestros derechos.
Samia Gallabi es una activista social sudanesa, escritora e impulsora de diferentes iniciativas culturales. Uno de sus proyectos más conocidos es Sudapedia, diseñado con el objetivo de crear una red social sudanesa y una plataforma enciclopédica digital.
Samia lleva años luchando por la transformación social a través de sus proyectos, recopilando vivencias, dando a conocer la riqueza cultural y la diversidad del país. Un ejemplo de ello es Story of a Sudanese woman, que recoge las historias de mujeres sudanesas del pasado y de la actualidad e incide en la importancia de crear un archivo sobre la realidad de la mujer sudanesa y sus logros. También destaca Human of al-Alquiyada, donde se retratan historias de la acampada frente el cuartel general, fotografías, videos y testimonios del proceso revolucionario.
Estuvo presente en las manifestaciones desde su inicio en el año 2018, y por desgracia, fue víctima de la violencia física que las fuerzas de seguridad ejercieron contra de las manifestantes. La entrevistamos hoy, un año después, para conocer su perspectiva sobre el periodo transicional que sigue agitando el país.
Samia, durante el tiempo que duraron las manifestaciones se destacó el apoyo mutuo entre las mujeres. ¿Nos cuentas tu experiencia y de las formas concretas que asumió?
En la primera manifestación que convocó la Asociación de Profesionales Sudaneses, iba con una amiga, la policía empezó a cargar y a lanzar gases lacrimógenos, en medio de la confusión mi compañera y yo nos separamos. Recuerdo que me senté en el suelo, aturdida, no quería irme sin ella. A lo lejos veía un furgón de la policía, se acercaba, y sin saber cómo ni de dónde, apareció un coche en el que iban cinco mujeres, pararon, abrieron la puerta y me arrastraron hacia dentro sin conocerme. Si no hubiera sido por ellas, seguramente me hubieran detenido o algo peor… Me ayudaron a localizar a mi amiga, que había conseguido refugiarse en un hospital cercano.
Esto solo es un ejemplo de cómo las mujeres, sin necesidad de conocernos, nos convertimos en las guardianas las unas de las otras, asegurando nuestra protección mutua.
Había muchos grupos de mujeres preparadas y organizadas, que llevaban provisiones para los manifestantes, aseguraban que la gente fuese protegida. Si llevabas un velo de un color que llamaba mucho la atención, o una vestimenta de colores que facilitaban que se te identificase, encontrabas a una compañera que te ofrecía ropa de recambio, vinagre o mascarillas para protegerte de los efectos del gas.
Sé que muchas mujeres, sobre todo las más jóvenes, se encontraban con el rechazo de su familia a que salieran a las manifestaciones, pero aún así muchas estaban determinadas y convencidas…
Durante el régimen de al Bashir, sus milicias, con total impunidad, utilizaron la violencia y las agresiones sexuales contra las mujeres de forma recurrente, como arma para doblegar a las familias y a la población. Esos ataques brutales quedaron en el imaginario colectivo. Las familias tenían miedo por lo que les podía pasar a sus hijas y eso se convirtió en una dificultad añadida, una lucha más que tenían que hacer las jóvenes para poder ejercer su derecho a manifestarse y de formar parte de algo increíble que estaba pasando en el país.
Cuando salimos a la calle no nos librabamos de la brutalidad y la violencia del aparato de seguridad de al Bashir. Muchas compañeras fueron detenidas, recluidas, torturadas, agredidas verbalmente y sufrieron abusos físicos.
Un de las manifestaciones más traumáticas fue la de Burri, un barrio de la ciudad de Jartum, el 17 de enero de 2019. Los agentes fueron muy violentos dispersando la manifestación. Nos sacaron a empujones de las casas donde nos habíamos refugiado, nos obligaron a sentarnos en el suelo separando hombres de mujeres. Nos obligaban a ver como galopeaban a nuestros compañeros a su antojo, amenazando, humillando con preguntas incómodas y si no contestabas, pegaban a otro compañero.
Hubo un momento en el que reaccioné pidiendo que pararan, para desviar la atención, ya que no dejaban de golpear a los chicos, uno de los agentes se acercó a mí y me golpeó con una barra y si no hubiera sido por otro agente que decidió apiadarse de mí y le pidió que se detuviera, que me conocía, seguramente me hubieran llevado a comisaria, me hubieran identificado, y al darse cuenta de que era un activista, no hubiera acabado bien para mí.
Fue unas de las manifestaciones que más nos destrozó psicológicamente, nos asustaban narrando las atrocidades que nos iban a hacer, ya no eran solo los golpes, la tortura psicológica era horrible.
Durante la acampada frente al cuartel militar, ¿había muchos movimientos de mujeres y/o feministas organizadas?
Puedo hablarte de la iniciativa de Nahed Jabrallah, que tenía un taller ambulante, que iba recorriendo diferentes puntos de la acampada. Hablaba de los derechos de las mujeres, que servía para sensibilizar sobre los temas de género. Hubo muchísimas mujeres y habrá muchas que no puedo citar y no quiero dejarme a nadie, todas las personas que estaban en la campada, mujeres y hombres, cada cual aportaba con tan solo estar allí…
Hubo las aportaciones artísticas y los cantos populares que las mujeres entonaban durante la acampada… Había muchas profesionales y activistas con un largo recorrido en la defensa de la libertad y los derechos de la mujer como Tahani Abas o Fatma Oshek, que fue una de las impulsoras de la campaña para que las mujeres ocuparan el cincuenta por ciento de los puestos políticos dentro del nuevo gobierno. Además, Fatma ideó diferentes eslóganes feministas que se extendieron durante las manifestaciones.
Cada mujer venía con su idea de cambio, cada organización tenía sus reivindicaciones, desde leyes más estrictas que prohibieran la mutilación genital femenina, la igualdad de género, la lucha contra la violencia de género, la escolarización de las niñas de las zonas más periféricas… Pero había una reivindicación que era clara y extendida, la representación de la mujer en el gobierno, queríamos la igualdad de representación en el gobierno civil.
La acampada se convirtió en un reflejo de cómo queríamos que fuera el cambio, dando cabida a todas aquellas voces que habían quedado sepultadas con el antiguo régimen.
Durante el régimen de al Bashir se podían ver mujeres en puestos políticos. ¿Cuál es entonces el cambio al que se aspiraba con el nuevo gobierno?
Durante el régimen, que oprimía a todo aquello que le era contrario, por mucho que las mujeres fueran ministras u ocuparan un puesto directivo, podía llegar un hombre con más poder e intervenir en sus decisiones. Las mujeres que formaban parte de su partido, que eran militantes y les defendían, eran infravaloradas y relegadas a un segundo lugar.
Lo que se pedía era un gobierno civil que asegurara todos nuestros derechos, poder ejercerlos sin discriminación de género, raza o religión. Que la representación de la mujer en la política fuera igual a la del hombre, participar en las negociaciones y en la toma de decisiones.
Libertad, paz e igualdad, era el principal eslogan de la revolución, porque ese era nuestro objetivo, conseguir la libertad, la paz y la igualdad para todos y todas las Sudanesas… Creo que esto es lo que quiere todo el mundo.
El sometimiento de la mujer era un objetivo del régimen de al Bashir y una de las estrategias fue la Ley de orden público, que sirvió para atacar y debilitar sistemáticamente a la mujer sudanesa. ¿Qué cambios ha habido después de su derogación?
Gracias a dios que nos hemos librado de ese mal… La Ley de orden público reducía nuestros derechos, nos denigraba, nos oprimía… El problema no era solo la ley, sino los agentes que la aplicaban. Ellos, hombres, podían decidir cuando una mujer estaba incumpliendo con las normativas de vestimenta o estaba en un lugar que no le correspondía… El poder era de los agentes, lo ejercían a su antojo y con total impunidad, agrediendo y humillando a quienes quisieran.
Aunque ya no esté la ley de orden público, por desgracia, sigue en la mentalidad de muchos sudaneses, que siguen pensando que por ser mujer no deberías estar aquí o haciendo eso o aquello. Hubo una revolución política pero ahora falta que haya una revolución para cambiar la mentalidad del conjunto de la población sudanesa en temas de género, queda mucho trabajo por hacer, hay que concienciar, sensibilizar.
Hemos destruido un régimen para construir algo nuevo, un nuevo sistema, y no hay que tener miedo a hacer algo diferente, no podemos dejar que nos sigan condicionando las normativas del orden público. Algo está muy claro, aún no nos hemos librado de los efectos del orden público… Hasta en el nuevo gobierno siguen presente su efecto, seguimos viendo fotos de políticos donde solo aparecen hombres… ¿Por qué? hemos luchado junto a ellos, liderado manifestaciones, acampamos, arriesgamos nuestra vida y nuestra integridad igual que ellos… Entonces, ¿dónde están las mujeres?
Han cambiado algunas cosas pero la herencia del antiguo régimen sigue presente.
¿En qué crees que ha cambiado la mujer sudanesa?
Siempre fuimos fuertes pero ahora nos sentimos empoderadas. Puedes ver el cambio en la confianza de las jóvenes, en su estética, en iniciativas lideradas por mujeres, más empoderados en sus puestos de trabajo… Es increíble escuchar cómo se refieren a sí mismas como Kandakas, haciendo referencia a la fuerza de las guerreras nubias.
Pero sobretodo, la valentía de las madres de los mártires de la revolución que a pesar de su dolor, nos hablan para inspirarnos a seguir, nos animan a continuar con la lucha hasta conseguir todo aquello con lo que soñamos, una democracia. Se han convertidos en nuestras referentes, en las madres de todas.
¿Y políticamente? ¿Se han notado los cambios?
Sinceramente estamos lejos, aún no hemos llegado al porcentaje de representación que reclamábamos y que se pactó en las negociaciones. Hay algunas ministras pero no son muchas. Sigue habiendo demasiados hombres en la política, que no permiten que haya lugar para la mujer. A esto hay que sumar que la mujer estuvo muchos años en segundo lugar, alejada de las esferas de poder y de toma de decisiones.
Pero a nivel de la población, después de la revolución, ha aumentado muchísimo el interés de las mujeres en la política, su implicación en muchas incitativas. Antes estaban más condicionados a ciertas temáticas, pero esto ha cambiando a mucha velocidad.
¿Crees que hay más apoyo a las organizaciones y a los movimientos de mujeres que trabajan por los derechos de la mujer?
Es complicado… Evidentemente son necesarias, porque llegan donde no puede llegar el gobierno, sobretodo en zonas alejadas de la capital. Son muy importantes porque conocen la realidad de las comunidades, trabajan con los problemas reales de las mujeres y tratan de promover cambios que muchas veces chocan con tradiciones, costumbres, roles que siguen difíciles de cambiar.
Aun así, hay muchas que no tienen suficientes recursos profesionales, y es aquí donde el gobierno tendría que impulsarlas. En formar en temas de género, especialidades, herramientas para que se puedan autorganizar en cada comunidad y estar preparadas para responder a las necesidades y problemáticas de una formas más adecuada.
Las asociaciones y organizaciones tienen que trabajar con independencia pero sincronizadas con el gobierno, tener vías de comunicaciones abiertas y efectivas para trasladar las dificultades del pueblo y que se les faciliten los recursos necesarios para llevar a cabo su labor social.
¿Cómo valorarías este primer de año de gobierno?
Un año decepcionante, políticamente hay una sensación de fracaso. Sí, hemos conseguido hacer caer a al Bashir, se ha conseguido un nuevo gobierno que se acerca al civil, pero resulta que muchas de las personas elegidas son puramente académicos, alejados de las dificultades del cotidiano de la población sudanesa y de sus necesidades. Hubiera hecho falta poner a gente de la calle, aunque fuera solo una persona, un joker, alguien que estuviera realmente conectado con el día a día del pueblo, con suficiente responsabilidad y protestad para influir en el resto del gobierno, cuando se desvíen, para asegurar los derechos básicos de la población.
Cuando pase la pandemia del COVID19, hay que conseguir otro cambio, no sé cómo vamos a hacerlo, ¿cómo vamos a luchar contra las milicias de Janjaweed, contra los militares que quedan? No sé cómo vamos a hacerlo, pero hay que cambiar el gobierno. Necesitamos que vengan políticos que realmente trabajen para los ciudadanos y no solo en los procesos de paz, para resolver las problemáticas básicas de la ciudadanía. La escasez de gas, las colas para conseguir gasolina, pan, el precio de la moneda que se sigue devaluando… Necesitamos un estudio de la población sudanesa y su situación real, un censo, estadísticas reales sobre educación, pobreza, personas sin hogar, el estado del sistema de salud y sus deficiencias, sobre la necesidad de nuevas infraestructuras… Necesitamos un gobierno que impulse a los jóvenes, sin discriminación, y sus iniciativas de transformación social, porque hay muchísimas campañas y proyectos a nivel local y de iniciativa popular que responden a necesidades reales que no encuentran ni recursos suficientes ni facilidades.
Hay activistas, lideres, profesionales que quieren contribuir a llevar a cabo la visión de país por la que tanto hemos luchado, pero tenemos un gobierno desconectado de lo cotidiano, un gobierno que no ha sido capaz de encontrar vías efectivas de implicar a los ciudadanos, de utilizar el talento y las capacidades de su pueblo.
Autora: Dina Bashir, nacida en Sudán, ha crecido viajando entre Egipto, Arabia saudí y los Emiratos Árabes. Activista por los DDHH, forma parte de iniciativas antirracistas y por el empoderamiento de las mujeres migradas, hace 10 años que está involucrada en los movimientos sociales de Barcelona. Dedicada al estudio de la interseccionalidad y los feminismos africanos. Impulsora del proyecto Kandaka, una iniciativa por la defensa de los DDHH y la gestión de la diversidad.
Más información sobre Samia Gallabi:
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