El África francófona ha seguido con genuino interés las elecciones francesas que han acabado poniendo al frente del país a Emmanuel Macron, un tecnócrata de 39 años, con una efímera experiencia política como ministro de Economía, proveniente del mundo de las finanzas y que ha montado su propio partido político, ¡En Marcha!, sin línea ideológica clara. Macron es joven, fotogénico, ambicioso, centrista, europeísta y además, nos ha salvado del peligro de un gobierno del Frente Nacional, encabezado por Marine Le Pen. En concordancia con los tiempos que corren, asume y da un barniz de optimismo millenial al mantra acuñado en los ochenta de que el mercado es la solución a todos nuestros problemas.
El pensador camerunés Achille Mbembe explicaba en un artículo en Le Point que sueña con el día en que los africanos se interesen por las elecciones francesas “exactamente igual que se interesan por las elecciones indias, alemanas, turcas o americanas”.
Elecciones panafricanas
Lo cierto es que, para muchos africanos, Francia es una potencia venida a menos que hoy ejerce de comparsa de Alemania en Europa y que carecería de influencia internacional si no fuera por África. Es por esto que muchos africanos se consideran legitimados para pensar que las elecciones francesas tienen un poco de elecciones panafricanas.
Hay datos que sostienen su teoría. Francia mantiene un importante contingente de soldados en suelo africano a través de operaciones como Barkhane, de bases militares permanentes propias en Dakar o Yibuti y de contingentes establecidos de manera prácticamente perenne en países como Chad o Costa de Marfil. Su prestigio internacional se basa en operaciones militares humanitarias como Serval o Sangaris y el ministro Jean-Yves Le Drian, encargado de Defensa en el gobierno Hollande, logró récords históricos en ventas de armas francesas por todo el mundo, con especial presencia en África, continente que visita continuamente y en el que proliferan sus clientes y aliados.
El 80% de la energía francesa es nuclear y proviene, en gran parte, de Níger. El franco CFA, la moneda colonial que Francia impuso en las dos regiones bajo su control en África, sigue vivo y ligado al Tesoro francés: la mitad de las reservas monetarias de los países de la CEDEAO y la CEMAC están en París y necesitan del permiso galo para su movilización. La francofonía implica también poder económico e influencia política: se estima que, en 2050, el 85% de los francófonos del planeta (700 millones de personas) serán africanos.
El peso de África en la agenda política francesa es visible. No en vano, Le Pen paseó su campaña por Chad y el propio Macron por Argelia. Por si hubiera dudas, el primer viaje oficial del nuevo presidente galo tendrá lugar este mes y le llevará hasta los acuartelamientos de sus tropas en tierras africanas.
¿Querencia por el continente?
Macron parece tener algo de “vocación” africana. Resalta en su currículum que eligió voluntariamente pasar seis meses de prácticas en Abuya, Nigeria, a las órdenes de Jean-Marc Simon, embajador francés en Costa de Marfil durante la última guerra y hoy presidente de una consultora de negocios en la capital marfileña. Su responsable de relaciones con los medios durante la campaña fue una senegalesa nacionalizada francesa, Sibeth Ndiaye. Entre sus colaboradores existe un potente equipo africano al que pertenecen Fodé Sylla, Hakim El Karoui, Jules-Armand Aniambossou o Lionel Zinsou. Cuenta con el asesoramiento del ex director de la Cooperación francesa, Jean-Michel Severino, reconvertido para el sector privado y la penetración empresarial francesa en África a través de Investisseurs et Partenaires. En una entrevista en Le Monde Afrique durante la campaña, Macron habló de su intención de apoyar a las pymes africanas para que creen empleo y crecimiento y también de su deseo de alcanzar el 0,7 % del PIB dedicado a la cooperación, aunque revisada y fundamentalmente volcada en África. Hasta eligió a los marfileños Magic System como banda sonora de su celebración en el Louvre, en plena noche electoral.
Sin embargo…
La capacidad de Macron para trascender las etiquetas políticas y unir a personas de ideologías diferentes, percibida como positiva, se valora de manera más crítica desde el tendido africano. Todos los presidentes franceses tienen su Monsieur Afrique (en el caso de Macron, parece que será Franck Paris) y su entramado de relaciones en el continente donde se funden negocios, influencias oficiosas y diplomacia oficial. La experiencia ha demostrado que, en la política francesa, hay un consenso respecto a sus ex colonias africanas consistente en facilitar los negocios de sus empresas y garantizar su influencia político-militar y el poderío cultural de la francofonía. Aunque eso implique, a veces, apuntalar a regímenes impopulares, antidemocráticos o abiertamente dictatoriales.
“Nada bueno puede salir del matrimonio de la izquierda y la derecha”, opina Dagauh Gwennael Gautier Komenan, autor de La Françafrique vista desde el Sur, desde Yamusukro (Costa de Marfil). “Significa una mundialización salvaje: tumbarse boca arriba ante Alemania y forzarnos, a los africanos, a hacer lo mismo ante Francia”. Komenan opina que solo el Frente Nacional de Le Pen o la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon podrían, quizás, introducir cambios en la dinámica de las relaciones francoafricanas. “Con Macron, estaremos en una situación peor. Apoyará las dictaduras y empujará a una desregulación mayor de nuestra economía, minimizando aún más el papel del estado y dejándonos a merced de las multinacionales y sin gobierno que nos proteja”, remacha.
Las declaraciones de Macron, deseando escribir una nueva página en las relaciones entre Francia y África, han sido recibidas con bastante escepticismo. François Soudan, redactor jefe de Jeune Afrique, opinaba en un reciente editorial que esa nueva política africana de Macron no será otra cosa que la de los intereses económicos y políticos de Francia, “incluidos los que entran en abierta contradicción con los de sus socios africanos”.
Mbembe critica un programa vacío y sus contradicciones: las rutas de la libertad y la responsabilidad de Macron se topan con una militarización rampante en África y unas fronteras que continuarán valladas para los africanos. Afirma que la política francesa africana es suicida y que se ancla en mitos forjados, mayoritariamente, en un pasado colonial y racista. Que es incapaz de anticiparse y tampoco quiere hacerlo. Que siempre elige a corto plazo, “gobernada por la lógica de los contratos comerciales”. “Esa suerte de diplomacia de negocios -que no sabe ya distinguir entre lo público y lo privado o, incluso, entre la razón mercantil y la razón de estado- es el pedestal de la Françafrique”, concluye.
Ruptura o continuismo
Macron nació cuando el continente africano ya era independiente. Tenía un año y medio cuando Obiang Nguema llegó al poder, un año y nueve meses cuando Dos Santos sucedió a Neto, dos años y medio cuando Robert Mugabe logró su primera elección, menos de cinco años el día que Paul Biya se instaló en el Palacio de Etoudi. Levantó ampollas en su país durante su visita pre-presidencial a Argelia al calificar al colonialismo de crimen contra la Humanidad. Habla de una política transversal y de una movilización para el desarrollo africano que incluya empresas, oenegés y sociedad civil y en la que se reserve un lugar especial a las diásporas y los afrofranceses. Ha expresado su intención de revisar el franco CFA si los africanos así lo desean. Explica que defenderá y respetará la democracia en África y colaborará con la Unión Africana y las organizaciones regionales en ese sentido. Defiende la necesidad de una política migratoria en su país que favorezca la llegada de capacidades y cerebros africanos. Utiliza el discurso del enfoque de género.
Macron aconsejado por dos presidentes que se perpetúan en el poder en África: el argelino Bouteflika a la izquierda y el zumbabuense Mugabe a la derecha (viñeta: Damien Glez).
Sin embargo, en el lado refractario al cambio, Macron carga con una larga tradición de intervenciones militares desde De Gaulle hasta Hollande y con el legado y las opiniones de Le Drian, además de ciertos aliados incómodos como Idriss Déby. Ha decidido elegir como primer ministro a Edouard Philippe,un antiguo directivo de Areva. Su concepción del mundo (y, por tanto, de las relaciones francoafricanas) pasa por el neoliberalismo y los negocios. No pone a una sociedad civil empoderada, si no a las empresas, en el centro de la creación de un desarrollo sostenible e inclusivo y les lega la labor de desactivación de la bomba demográfica al ofrecer trabajo a los jóvenes. Puede ser que las relaciones con los gobiernos africanos le interesen como mera puerta para que las empresas francesas mantengan los privilegios que Bolloré, Total o Bouyges han logrado en el continente.
Habrá que esperar un poco para ver cuál es esa nueva página francoafricana de la que habla Macron, si su transversalidad es algo más que un eslogan y si el desarrollo africano puede dejarse en manos del mercado.
Foto de portada: Emmanuel Macron, en junio de 2016, en un encuentro en París con empresarios africanos (Paris Match).