El miércoles 6 de enero, por la noche, el mundo vio el caos que surgió del edificio del Capitolio en Washington DC, la sede legislativa de los Estados Unidos. Los alborotadores pro-Trump irrumpieron en el edificio, rompieron ventanas, sacaron armas, destrozaron objetos de interés e invadieron los escritorios de los legisladores.
El objetivo de la turba era interrumpir el proceso del Congreso de certificación formal de la victoria electoral del presidente electo Joe Biden sobre Donald Trump. La sesión se suspendió abruptamente debido a que los senadores y representantes tuvieron que ponerse a cubierto bajo sus escritorios, antes de ser finalmente evacuados de las oficinas legislativas.
Un manifestante dejó una nota en la oficina de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, con las palabras «No retrocederemos». Otro se sentó en la silla principal de la cámara del Senado, mientras que uno se llevó un podio.
Estos acontecimientos fueron extraordinarios. Un presidente de Estados Unidos se negó a conceder unas elecciones libres y justas, optando por incitar a su base reaccionaria con conspiraciones, falsedades y retórica incendiaria. Y las consecuencias de las escenas violentas se sentirán no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo.
Esto es especialmente cierto para las jóvenes democracias africanas. El ejemplo de Trump será una excusa para que los líderes africanos minimicen sus propios ataques a la democracia en sus países de origen. En el futuro, cuando estallen altercados en el parlamento, como sucedió en Kenia en 2014, cuando los parlamentarios se involucraron en peleas a puñetazos por leyes draconianas contra el terrorismo; o en Nigeria en 2018, cuando unos matones irrumpieron en el Senado mientras estaba en sesión y robaron la maza ceremonial, la respuesta inevitablemente será que también sucede en Estados Unidos.
La próxima vez que un líder africano use su poder de su cargo para influir en los resultados electorales o para socavar resultados electorales creíbles, la respuesta será que Estados Unidos también lo hace. Y la próxima vez que un presidente africano se niegue a aceptar una derrota electoral, puede y dirá que aprendió del 45º “líder del mundo libre”.
Pero esto sería falso. Los ataques de Trump a la democracia son sólo una parte de la historia. Mucho más significativa es la oposición implacable a estos ataques, que finalmente bloquearon su ilegalidad.
Después de perder en las urnas, Trump intentó utilizar el poder del ejecutivo, el poder judicial y ahora el legislativo para revertir los resultados. Su falta de éxito dice mucho sobre la esencia de las instituciones democráticas estadounidenses. Esto es lo que los africanos deben señalar y en lo que deben inspirarse frente a los líderes tiránicos. En medio de la calamidad, Estados Unidos ha acertado en muchas cosas, y ese debería ser el argumento utilizado contra cualquier líder o facilitador africano que use el ejemplo de Trump para excusar su propio comportamiento.
De hecho, hay una serie de lecciones que los líderes africanos podrían y deberían aprender de las experiencias recientes de Estados Unidos.
La policía no es un arma
No se dispararon balas reales contra los alborotadores como táctica de dispersión, como se ha convertido en la norma en muchos países africanos. Por el contrario, la policía pidió refuerzos, redujo la situación y afirmó constantemente los derechos de los ciudadanos a protestar. Los candidatos de la oposición están vivos y coleando.
El vicepresidente no es un «yes man«, un hombre al servicio exclusivo del presidente.
Mike Pence se comprometió públicamente a oficiar una ceremonia en la que se certificaría su propia derrota electoral, de acuerdo con las pautas constitucionales normales. Lo hizo a pesar de la inmensa presión del presidente, ciudadanos mal informados y teóricos de la conspiración que negaban la verdad.
La mayoría de los legisladores aceptaron el resultado.
La mayoría de los legisladores del gobernante Partido Republicano no objetó los resultados de unas elecciones libres y justas, a pesar de que su partido perdió las elecciones. La mayoría de los congresistas republicanos admitieron que los estadounidenses tomaron una decisión y la aceptaron. Todos los demócratas se manifestaron en contra de los intentos de Trump y sus aliados de invalidar las elecciones y la voluntad del pueblo estadounidense.
Los tribunales siguieron siendo independientes.
Antes de la elección, el estado de Texas y el equipo legal de Trump habían intentado invalidar los votos de decenas de millones de estadounidenses en cuatro estados donde Trump perdió (Michigan, Pensilvania, Georgia y Wisconsin) al demandar a los estados en el Tribunal Supremo. Este tribunal rechazó este caso, citando la falta de legitimidad del estado de Texas para demandar a otros estados por sus propias leyes electorales.
La sentencia reiteró la importancia del federalismo estadounidense y la independencia de los estados. Esto es notable, especialmente dado que tres de los nueve jueces del más alto tribunal del país fueron designados por el propio Trump. Como están autorizados constitucionalmente para retener cargos en el Tribunal Supremo de por vida, aprovecharon su independencia para defender los ideales democráticos. Otros jueces han anulado más de 60 casos judiciales falsos presentados por el equipo legal del presidente. Muchos de estos casos fueron descartados por la falta de pruebas que respaldasen las reclamaciones y plantearon evidencias de una elección libre y justa. Los jueces desestimaron los casos en consecuencia, a pesar de que varios fueron nombrados por Trump y los republicanos.
Los funcionarios públicos sirven al país, no al presidente.
Una grabación filtrada, de una hora de la conversación telefónica de Trump con el secretario de estado de Georgia, reveló que el presidente le pidió directamente a este secretario que inflara su recuento de votos para asegurar de manera fraudulenta su victoria electoral. Mostró hasta qué punto este mandatario llegó a socavar el proceso electoral y, simultáneamente, resaltó el poder del compromiso de los servidores públicos con la verdad.
Se permitió a los medios hacer su trabajo.
A diferencia de Nigeria, donde el gobierno impuso multas a los medios de comunicación por informar de la violenta represión del estado contra los manifestantes de #ENDSARS en octubre de 2020, el gobierno de EE. UU., en general, respetó el derecho de los periodistas a cubrir los disturbios de manera objetiva. Estados Unidos también preservó el acceso de los ciudadanos a las redes sociales, ya que algunos legisladores incluso aprovecharon las plataformas para confirmar su seguridad. Esto contrasta con países africanos como Tanzania, Uganda y Etiopía, en los que, en varias ocasiones, el gobierno ha cerrado o restringido descaradamente el acceso a Internet para promover sus objetivos políticos.
La democracia de Estados Unidos está muy lejos de ser perfecta, por supuesto. La historia del racismo en los Estados Unidos hace más complicado la valoración de los disturbios en el Capitolio, ya que todo el país recuerda la brutal represión de activistas que protestaban contra el racismo sistémico desde mediados del año pasado. Pero el día 6 de enero de 2021, Estados Unidos nos mostró su plena capacidad para respetar la libertad civil de las protestas y, simultáneamente, para manifestase contra un presidente que no respetó la libertad democrática fundamental de una transición pacífica del poder.
Sería una ceguera deliberada si los líderes africanos solo vieran hoy el autoritarismo y no reconocieran la demostración total de resistencia y dedicación a la democracia que se mostró.
Autores
Tireniolu Onabajo e Idayat Hassan (@HassanIdayat) trabajan en el Centro para la Democracia y el Desarrollo en Abuja, Nigeria.
Este artículo fue publicado originariamente el pasado día 7 de enero de 2021 en el periódico sudafricano Mail & Guardian, con el título America’s lessons for African dictators.
Traducción: Africaye.