Nadie elige en qué momento llegará una pandemia. Y la de la COVID19 no llegó en el mejor momento para el estado de la democracia en el mundo. Menos aún en África Subsahariana. La calidad democrática de los países del sur del Sáhara se ha resentido, como en todo el mundo, con las medidas tomadas por los gobiernos para garantizar el distanciamiento social y la contención del virus. El problema con la región es que ésta partía ya de unos niveles altos de cuestionamiento sobre su desarrollo democrático. De esta manera, las consecuencias políticas de la COVID19 han provocado un empeoramiento significativo de la cuestión. Como señalaban Celia Murias, Iván Navarro y Josep Maria Royo en su artículo en Africaye, Amnistía Internacional denunció que países como Angola, Etiopía, Guinea, Kenia, Níger, Nigeria, Sierra Leona, Sudáfrica, Zambia o Uganda reprimieron con excesos policiales las protestas sociales a raíz de la COVID19, incluso provocando la muerte de manifestantes o de personas opositoras. Otras entidades de la sociedad civil internacional también han señalado el empeoramiento de las condiciones democráticas en África Subsahariana durante este año de pandemia.
Las protestas y las resistencias han sido protagonistas a lo largo del último año a lo largo y ancho de la región. Destacan, sobre todas ellas, las que tuvieron lugar en Nigeria contra la brutalidad policial, o las que ahora están teniendo lugar en Senegal, Chad o Uganda. Con todo, si se amplía el foco, o se ponen luces largas para poder ver más allá de la pandemia, se puede ver cómo este último año las democracias africanas han padecido los mismos males que los años anteriores.
La supuesta futilidad de las elecciones africanas
Si valoramos las elecciones en África por la cantidad de cambios en el poder que producen, podría resultar evidente que éstas no sirven para nada. Las elecciones africanas son ganadas, generalmente, por los líderes o las fuerzas políticas que ya ostentan el poder en el momento de ser convocadas. De hecho, durante la primera década del siglo XXI, fueron más comunes los cambios de presidencia ocasionados por la finalización de mandatos o incluso por la defunción del presidente, que por la derrota electoral. El hecho de convocar elecciones en tiempos de pandemia no ha provocado muchos cambios en esta tendencia, y la temporada 2020-2021 no ha sido una excepción en esta dinámica. Ni en las elecciones de Ghana, de Benín o del Congo se produjo la derrota del presidente de turno. En países como Burundi o Níger sí que hubo cambio de presidente, pero no de partido presidencial. Y en Chad o Tanzania renovaron mandato unos presidentes que, tiempo después de las elecciones, murieron.
Pero aún a pesar de esta “tradición”, no hay que menospreciar las elecciones africanas. Pensar que, al no haber un cambio de presidente o de partido en el poder, los africanos y las africanas no pueden sacar partido al proceso electoral es negar su agencia política y su capacidad de movilización y resistencia. Nadie podría entender qué está pasando en las protestas de Senegal sin entender el movimiento Y’en a Marre, el cual surgió de las oportunidades que el proceso electoral de 2012 otorgó a la sociedad civil para organizarse. Conviene entender los procesos electorales africanos como un mecanismo que moviliza partes de la sociedad en un sentido u otro. Que hace emerger cuestiones de debate público que, sin los procesos electorales, no surgirían. Y, aún más importante, que suponen un momento en el que se generan dinámicas de alianza y construcción social.
“O comemos, o nos contagiamos”
Los confinamientos en los países africanos, algunos de ellos muy duros, con el objetivo de contener las diferentes olas de la COVID19 dejaron en evidencia otro fallo de los sistemas democráticos africanos. El crecimiento económico de la región, especialmente el boom experimentado a comienzos de la década pasada, no repercutió en los índices de pobreza y desigualdad. Las condiciones de vida, con economías personales o familiares que impiden planificar y obligan a vivir al día, no han permitido ejercer la vida en condiciones de democracia. Y eso ha provocado que, con la llegada de la COVID19, los gobiernos no tuvieran incentivos para proteger las formas de subsistencia de las personas en situación de pobreza, imponiendo formas de gobierno autoritarias.
Todo esto ha provocado situaciones donde muchas personas en la región debían decidir entre obedecer los confinamientos o arriesgarse a no tener medios de subsistencia, o desobedecer para poder ganarse la vida, arriesgarse a un contagio y hacer frente a la represión policial. Los motines del pan provocados por el FMI y sus planes de ajuste estructural durante los 80 y 90 han vuelto en forma de protestas sociales contra las medidas tomadas por la COVID19 en países como Kenia o Angola.
Los confinamientos, además, tuvieron un impacto importante en lo que respecta a las mujeres. No sólo porque se incrementó su situación de vulnerabilidad y la exposición a situaciones de riesgo, sino por los efectos económicos de relevancia que provocaron. O comer o contagiarse, éste era el dilema general de la sociedad, agravado en el caso de las mujeres ya que son ellas las que más vinculación tienen con la economía informal -venta ambulante, prestación de servicios, etc-. Las mujeres, de igual manera, trabajan en sectores informales transfronterizos que quedaron paralizados con el cierre de fronteras impuesto entre varios países africanos. No es pues de extrañar que muchas movilizaciones hayan estado lideradas por mujeres en África.
COVID19 y el populismo, dos olas que se encuentran en África
La desigualdad y la consolidación de proyectos neoliberales a lo largo de la región hacen que, en situación de crisis generalizada como la actual, el terreno sea fértil para los oportunistas políticos. Desde hace años, los países africanos ven cómo se cambian las constituciones nacionales para eliminar la limitación de mandatos presidenciales. De dos a tres o a cuatro mandatos. Por la vía de la fuerza, como en Senegal en 2012 o Burundi en 2015, pero también por la vía del oportunismo y el populismo político. Este es el caso de Alpha Condé, presidente de Guinea, que es un ejemplo perfecto de combinación entre la crisis de la COVID19, oportunidad política y populismo autoritario, ya que llegó a convocar y celebrar el referéndum para incrementar sus mandatos presidenciales en mitad de la primera ola de la pandemia, cuando todos los países de su entorno estaban declarando confinamientos de mayor o menor medida, y cuando sabía que la oposición no conseguiría aglutinar la cantidad de votos que necesitaría en su contra. El resultado fue el evidente: constitución cambiada para garantizarle una nueva candidatura a la presidencia del Estado, a pesar de haber cumplido ya con dos mandatos, y posterior victoria electoral con casi un 60% de los votos.
En definitiva, la COVID19 ha atacado con virulencia a las democracias africanas, igual que lo ha hecho con las del resto del mundo, ya que éstas no viven aisladas del contexto internacional existente. La diferencia de lo que se puede observar en África Subsahariana es que el virus no ha hecho más que agravar “enfermedades” que ya estaban allí como fruto de procesos regionales que se alimentan unos a otros. Hay esperanza, especialmente si centramos la atención en la ola de protestas y movimientos sociales, las “primaveras”, que ya dura más de diez años. Pero convendría recordar que todo camino puede ser desandado y no confiarse en la imposibilidad de regresar a situaciones generalizadas de autoritarismo en la región.
Este texto es una reinterpretación de uno de los 23 capítulos, de diferente temática, que componen el libro colectivo “Brújulas sobre África”, escrito por miembros de Africaye, y que está disponible en las mejores librerías de todo el país y en la web de la editorial Catarata.