Recortes en la ayuda, incremento de la desconfianza en la vacuna y un estudio en Sudán del Sur

La Ayuda Oficial al Desarrollo y la lucha contra la COVID19

El G7 ha prometido donar mil millones de dosis de vacunas contra la COVID19 a finales de 2021. Sin embargo, en Sudán del Sur, las restricciones ocasionadas por la pandemia, los recortes en la ayuda al desarrollo y las declaraciones públicas de los líderes europeos han dañado la confianza en los consejos de salud pública y han alentado las dudas sobre las vacunas. A pesar de la retórica, donar de vacunas mientras se recorta la ayuda puede resultar inútil.

Cuando el G7 se reunió en Cornwall (Reino Unido), en Junio de 2021, los titulares de la prensa y los grupos de presión humanitarios presionaron para intentar lograr compromisos de alto nivel que proporcionaran vacunas contra la COVID19 a los países más pobres del mundo. Sin duda, existe una pesada carga humanitaria de ayudar a aquellos países que no pueden pagar la vacuna. Los datos del mundo real dejan, cada vez más claro, que las vacunas hacen que la enfermedad sea menos mortal y salvan vidas. Los últimos meses también han demostrado que las variantes se propagan rápidamente a nivel mundial y que una reducción en la transmisión a través de la vacuna es una forma importante de detener la aparición de otras nuevas cepas.

Muchas personas en los países más pobres del mundo están ansiosas por recibir una vacuna COVID19. Hay informes de personas que duermen fuera de las clínicas en Uganda durante toda la noche con la esperanza de ser vacunadas. Sin embargo, si queremos vacunar a todo el mundo, proporcionar vacunas no es suficiente. En muchos contextos, existe un considerable escepticismo sobre las vacunas y debemos generar confianza en la salud pública para que la gente no las rechace.

En un estudio reciente en Sudán del Sur, quedó claro que las restricciones de COVID19 en el primer año de la pandemia han provocado una pérdida de confianza en los gobiernos, agencias de las Naciones Unidas, personal humanitario y asesoramiento biomédico. El estudio fue financiado por el Fondo de Investigación de África Oriental de la Oficina de Relaciones Exteriores, Commonwealth y Desarrollo del Reino Unido e incluyó entrevistas detalladas con personas de Sudán del Sur. La investigación destacó que la confianza había caído porque los sursudaneses no compartían las mismas prioridades que estos poderosos actores y porque las restricciones provocadas por la COVID19 habían causado mucho daño.

Vacunación de la AMISOM en Somalia | Foto de Mokhtar Mohamed (AMISOM) – CC

En Sudán del Sur, las personas tienen una larga experiencia en el reconocimiento y el tratamiento de epidemias. Pero como en muchos de los países más pobres del mundo, la falta de pruebas de COVID19 ha hecho que el virus sea invisible. En gran parte del país, la gente no cree que haya habido muertes por COVID19 a nivel local; la falta de pruebas significa que se han confirmado pocas muertes como resultado del virus. Además, en Sudán del Sur, la falta de acceso médico significa que la alta mortalidad entre los ancianos no es inusual.

Asimismo, las personas en Sudán del Sur tienen que sobrevivir con una miríada de otros problemas, problemas que saben que pueden ser mortales. Se enfrentan a un conflicto armado, a otras epidemias y a una grave inseguridad alimentaria que ha alcanzado niveles de hambruna en algunos lugares. Las madres deben enfrentarse a situaciones que les obligan a elegir entre comprar cereales para alimentar a sus hijos o comprar jabón.

En este contexto, la aplicación de las restricciones por la COVID19 mostró a los sursudaneses cuánto diferían las prioridades y preocupaciones de la mayoría de las personas de las de los líderes nacionales y mundiales. Estas restricciones no reflejaron las prioridades de Sudán del Sur y causaron daños económicos y sociales. Los sursudaneses también han experimentado una disminución en los programas de ayuda que no son propios de COVID19, lo que les dificulta enfrentar la lucha contra el hambre y los conflictos. Para muchos, la pandemia de COVID19 ha hecho claramente visibles las desigualdades del mundo. Sólo las personas y poblaciones más ricas del mundo tenían la capacidad de preocuparse por este problema de salud. Algunos sursudaneses calificaron a la COVID19 de manera racial, como la «enfermedad del hombre blanco«.

Recibir vacunas en Sudán del Sur

La semana de Junio de 2021 cuando el G7 se reunió en el Reino Unido fue la misma semana en que llegaron las primeras vacunas de COVID19 a Bor, una ciudad en Sudán del Sur que ha visto episodios de conflicto extremo en las últimas décadas, incluidas batallas a gran escala que tenían como objetivo civiles durante la guerra reciente del país. En el estado de Jonglei (del que Bor es la capital), en los últimos meses ha habido conflictos mortales y hambruna.

Las reservas o dudas sobre los consejos de salud pública humanitaria y la Naciones Unidas y la desconfianza en el gobierno han empañado la percepción del virus y la vacuna. La gente de Bor no ve al virus como peligroso porque ven que hay más muertes por conflictos y otras enfermedades.

Una mujer que entrevistamos se mudó recientemente a Bor porque hombres armados desconocidos le impidieron permanecer a salvo en su aldea. Su hijo fue secuestrado y su esposo fue asesinado. En sus palabras:

“El virus no pudo haber secuestrado a mi hijo y haber matado a mi esposo… Quienes que hablan de la vacuna no entienden por lo que estamos pasando. ¿Dónde están las medidas del gobierno? Las únicas personas que deberían preocuparse por el virus son los ricos, no nosotros los pobres, la gente común, porque no tenemos nada que perder.”

También hay escepticismo sobre la vacuna. El acceso a Internet a través de teléfonos móviles está muy extendido en el país, y muchos sursudaneses se enteraron de la pandemia mundial tan pronto como llegó a los titulares mundiales, y siguieron observando cómo se propagaba el virus y se lanzaban las vacunas. Pero los líderes europeos no ayudaron a reducir el nivel de escepticismo al jugar políticamente y, en Marzo de 2021, restringir de manera provocativa y aparentemente arbitraria la distribución de las vacunas a nivel nacional.

Las primeras vacunas de AstraZeneca llegaron a Sudán del Sur en la última semana de Marzo de 2021. La misma semana, Alemania restringió el uso de estas mismas vacunas a menores de 60 años. El resultado ha sido que muchos sursudaneses temían que los europeos estuvieran enviando productos peligrosos a África. Algunas personas en Bor destacaron que el gobierno de Sudán del Sur no tiene la capacidad para regular la seguridad de las vacunas, lo que da motivos para desconfiar de él. Otros incluso temían que estos europeos estuvieran conspirando con su propio gobierno para dañarlos con la vacuna; el gobierno les había atacado a través de campañas militares y ahora, aparentemente, hacía lo mismo con medicamentos.

En Bor, el escepticismo sobre la vacuna aumentó a medida que se tenía la sensación de que había otras cuestiones consideradas más mortales. Un funcionario médico local describió cómo sólo ha habido una muerte confirmada por COVID19 en el hospital y otra en el complejo de las Naciones Unidas. Incluso los trabajadores de la salud luchan por saber si las personas han muerto a causa de la COVID19, ya que no tienen acceso a pruebas. Por lo tanto, la gente ha cuestionado la motivación del gobierno al ver que el lanzamiento de la vacuna para esta enfermedad ha sido rápido, pero la respuesta para ayudar a cientos de personas que mueren de malaria y neumonía y durante el parto sigue siendo lenta. Una mujer que entrevistamos es dueña de una pequeña tienda de té en Bor, con láminas de plástico como paredes y barro como piso. En 2020, grandes inundaciones en la ciudad arrasaron muchas casas; ella nos explicó “mi casa fue arrasada por la inundación, y mis hijos y yo estamos sentados en cuclillas en un espacio abierto en la ciudad. ¿Por qué debería preocuparme por el virus o la vacuna?”

Foto de Spencer Davis – unsplash.com

No solo las personas se niegan a recibir la vacuna, sino que algunos líderes comunitarios están desalentando la vacuna y ahora haberla recibido se asocia con la condena social. Por ejemplo, durante una entrevista con un funcionario del Ministerio de Salud del estado en Bor, explicó que no había sido vacunado porque su esposa se negó a permitirlo. Ella argumentó que todavía era una joven y que merecía tener un esposo saludable. Había oído que la vacuna era peligrosa y no quería que su salud se viera afectada.

Cada vez está más claro que las vacunas COVID19 salvarán millones de vidas y permitirán aliviar las restricciones. Los sursudaneses estarán más seguros si aceptan vacunarse. Sin embargo, el primer año de la pandemia ha destruido la confianza en el gobierno, las Naciones Unidas y el asesoramiento de salud humanitaria. Esta comprensible falta de confianza ahora está destruyendo la probabilidad de que las personas se mantengan a salvo.

En Juba, donde el COVID19 es más visible, ha habido mucho miedo con el virus, y menos dudas sobre las vacunas. Incluso en Bor, a pesar de las reservas de gran parte de la población, cientos de persones han dado el paso adelante, especialmente funcionarios gubernamentales y trabajadores humanitarios. Algunas personas de origen local también lo harán si sus familiares en el extranjero, que viven como refugiados (o ahora ciudadanos) en el Reino Unido, Estados Unidos y Australia, les convencen de la seguridad de las vacunas.

En Sudán del Sur, el Reino Unido ha gastado una importante ayuda para el desarrollo en el extranjero con el objetivo de apoyar los procesos de paz locales y proporcionar alimentos para prevenir la mortalidad por hambruna. Tomar en serio estas prioridades de Sudán del Sur, junto con la distribución de vacunas, es una forma de generar confianza y simpatía. Sin embargo, en la reunión del G7, los recortes de ayuda exterior por parte del gobierno del Reino Unido no se han revertido, amenazando con socavar aún más la confianza cuando la salud mundial más la necesita.


Autores

Naomi Pendle es una investigadora del Centro LSE Firoz Lalji para África centrada en la autoridad pública, los patrones de violencia y la gobernanza local, particularmente en Sudán del Sur. Naomi ha asesorado a los gobiernos de Reino Unido y Estados Unidos e investigado para el CICR.

Abraham Diing Akoi es investigador del Centro LSE para la Autoridad Pública y el Desarrollo Internacional del Instituto Firoz Lalji para África. Comenzó su educación formal en el campo de refugiados de Kakuma, Kenia, y se graduó en LSE con una maestría en estudios de desarrollo. Sigue siendo parte de la red PfAL en LSE.


Este artículo fue publicado originalmente en la web Africa at LSE del Instituto Firoz Lalji para África de la London School of Economics. Traducción: Africaye.

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