En búsqueda de la identidad: centroafricanos que no pueden volver a su tierra

Por el 19 septiembre, 2017 África Central , Conflictos

Foto: Casa de musulmanes destruida en Bangui, 5ème arrondissement (Enrica Picco)

En 2013, las comunidades musulmanas del sur y oeste de la República Centroafricana (RCA) se encontraron frente a un dilema: quedarse en un país que los consideraba extranjeros y arriesgar su vida para defender lo que habían construido; o subir en uno de los aviones y camiones enviados desde los países vecinos para evacuarlos y dejarlo todo atrás. Tras casi cuatro años después de este éxodo masivo, ¿cómo viven estos centroafricanos? ¿Desean volver a lo que fue su país, o solamente olvidarse de todo el daño vivido? ¿Y si lo desean, podrán volver?

  Estas son unas de las dudas que intenté responder durante mi viaje entre RCA, Camerún y Chad los pasados meses de julio y agosto. En mi trayecto, me encontré los musulmanes que huyeron del país entre finales de 2013 e inicios de 2014, durante el pico de la violencia inter-comunitaria que desplazó a casi un millón de personas (en un país de poco más de cuatro), y dejó a miles sin vida. Regreso con muchas historias de pérdidas, huidas y familias destrozadas. En los testimonios de las personas refugiadas he encontrado miedo y humillación, pero también orgullo por poder contar por primera vez sus historias y nostalgia por su tierra. Todos los que he encontrado se sienten centroafricanos: a pesar de lo que han sufrido, todos siguen pensando que la RCA es su país y que un día volverán. Al mismo tiempo, pero, hablando de los que los han echado, siguen utilizando un lenguaje del “nosotros vs. ellos”: “nosotros que hemos tenido que huir, ellos los centroafricanos que se han quedado”. Su identidad ha sido puesta en duda por tanto tiempo que ellos mismos han acabado adoptando la narrativa de sus detractores.

 

Los errores de la transición

En los últimos tres años, la RCA ha atravesado un periodo de transición durante el cual, gracias al despliegue de una misión de mantenimiento de paz de Naciones Unidas (MINUSCA) y al lanzamiento de un dialogo inclusivo nacional (Foro de Bangui), se debían poner las bases para dar fin al conflicto armado y la reconstrucción del país. A pesar de que las condiciones acordadas durante este periodo todavía fueran largamente incumplidas, la comunidad internacional presionó para celebrar elecciones presidenciales en un espacio corto de tiempo y tener un gobierno legítimo como interlocutor: fue así que Faustin Archange Touadera se instauró como presidente en marzo de 2016, encarnando enormes expectativas para el futuro de RCA.
La “luna de miel post-electoral” no duró más de seis meses: hoy en día, las esperanzas de ir rápidamente hacia la paz y la reconciliación ya han quedado prácticamente agotadas. No solamente los nuevos líderes no llegaron a poner en marcha aquellas garantías de buen gobierno que tenían que invertir una histórica tendencia del país, sino que, además, desde principios de año, una nueva ola de violencia inter-comunitaria está afligiendo de nuevo las regiones del este: masacres de civiles basados en líneas étnicas se han repetido en Bangassou, Bria, Zemio, sin que los cascos azules de la MINUSCA fueran capaces de pararlos. La situación es tan grave que ha llevado a Naciones Unidas a hablar – con palabras técnicamente incorrectas pero extremadamente potentes – de “signos premonitorios de genocidio[10].

 

¿Quién es centroafricano en RCA?

Foto: Campo de Gaoui, N’djamena, Chad (Enrica Picco)

 Con una nueva cifra récord de personas desplazadas de 1,1 millones (más de 60,000 nuevos refugiados en RDC y un aumento del 37% del número de desplazados internos), la RCA vuelve a entrar en una fase de emergencia humanitaria aguda sin que los problemas que llevaron a la crisis de 2013 hayan sido solventados. Entre ellos, hay uno que pesa desde hace años y que nadie se atreve a afrontar: el tema de la nacionalidad, y por consecuencia de la identidad de miles de personas. ¿Quién es verdaderamente centroafricano? ¿Quién tiene el derecho de vivir en el país?

Según el código de la nacionalidad del 1961, la ley vigente en RCA es uno ius soli moderado: todos los que nacen en RCA tienen nacionalidad centroafricana, con la excepción de los que nacen en territorio centroafricano de padres extranjeros y que pueden pedir nacionalidad centroafricana antes de cumplir la mayoría de edad. Sin embargo, en un país donde los registros civiles casi no existen, y solo unos pocos ciudadanos tienen su acta de nacimiento a causa de la crónica ausencia del estado y de las administraciones públicas, los criterios para definir la identidad de alguien se determinan fuera de la definición legislativa. El lugar de nacimiento, la etnia, la religión e incluso el trabajo pueden tener un peso en definir la pertenencia de alguien al país. Originarios de las regiones remotas del norte y del este, de etnias minoritarias, comerciantes en un país de agricultores, los musulmanes centroafricanos siempre han sido considerados como extranjeros. Ya muchos antes de su éxodo, tenían que añadirse un nombre cristiano para evitar los controles policiales o para tener acceso a un puesto de trabajo.

 

Unos regresos tímidos

Foto: Niñas que estudian en casa de una familia de acogida en Bangui, 3ème arrondissement (Enrica Picco)

Hasta marzo 2017, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) contaba unos 30.000 regresados en RCA: entre ellos, un numero extremadamente limitado de musulmanes. Este tímido flujo de regreso paró con la nueva ola de violencia de este año, al punto que se registraron también unos movimientos de población inversos, hacía los países de asilo. Esto no quiere decir que muchos no sigan intentando regresar, quizá solo por poco tiempo o quizá en ciudades diferentes de las donde vivían: el apego por su país es tan fuerte que la situación política y de seguridad no lo podrá parar nunca por completo. Sin embargo, en estos intentos de regresar hay un elemento que ya aparece muy difuso y que puede representar un ulterior factor de riesgo en alimentar el conflicto: los desplazados musulmanes regresan casi exclusivamente a los enclaves donde residían.

Que se trate de las pocas comunidades musulmanes que se quedaron al oeste de RCA, como Bouar o Berberati, o del barrio de PK5 en Bangui, los únicos sitios donde parece seguro volver son los donde hay una comunidad hermana que pueda aportar un primero apoyo por todo lo que es alojamiento y actividades de subsistencia. Los enclaves, además, representan un lugar fácilmente defendible por los cascos azules en caso de empeoramiento de la situación. En la ausencia total de una estrategia nacional de regreso, el efecto negativo de estos regresos espontáneos es doble. De un lado, los enclaves se van separando todavía más del resto de comunidades, creando microcosmos abarrotados pero autosuficientes; del otro lado, este tipo de regreso no da ninguna respuesta a la única pregunta importante del conflicto: ¿quien es centroafricano?

 

Los centroafricanos que no pueden volver a su tierra

Foto: Campo de Dosseye, Goré, Chad (Enrica Picco)

En Chad, a lo largo de la frontera centroafricana, viven unos 150.000 desplazados. Llegaron todos durante la primera mitad del 2014 a través de los aviones y camiones que las autoridades chadianas pusieron a disposición de sus compatriotas residentes en el país vecino. Miles de musulmanes centroafricanos se aprovecharon también de esta medida de emergencia para dejar el país y salvar las vidas suyas y de sus familias. Cuando llegaron a Chad, pero, solo algunos de ellos fueron registrados como refugiados: los que tenían algún antepasado de origen chadiano fueron inscritos como “regresados”, aunque pisaran suelo nacional por la primera vez.

Los primeros – unos 75.000 – recibieron durante este periodo asistencia humanitaria y pudieron aprovechar de los derechos relacionados con su condición de refugiado. Para los segundos, en teoría, la reintegración socioeconómica en Chad habría tenido que ser relativamente sencilla, pudiendo contar su contactos y miembros de la familia: sin embargo, después de cuatro años, los “regresados” siguen viviendo en campos de desplazados con una limitadísima asistencia humanitaria, no tienen recursos y sobre todos no tienen papeles de identidad chadianos que les permita circular libremente en el país. Para las autoridades chadianas, los desplazados centroafricanos no representan una prioridad frente a la gravísima crisis económica que traversa el país y a las amenazas en sus fronteras con el oeste (posible presencia de Boko Haram) y norte (situación volátil en Libia).

Estos desplazados, independientemente de su estado jurídico, representan la expresión de la misma comunidad: comerciantes, mineros y pastores Peuhls de Bangui y de las provincias occidentales de la RCA, de clase media o alta, que tuvieron que abandonar su hogar a la llegada de las milicias Anti-Balaka. Acusados de connivencia con los rebeldes de la Seleka, o atacados simplemente por sus orígenes, los centroafricanos que encontré son conscientes que no podrán volver a su país en una larga temporada: faltan las condiciones de seguridad, así como un incentivo económico para que puedan volver a empezar, pero sobre todo falta la aceptación.

Ellos saben que los que se quedaron, los “centroafricanos”, no los quieren ver regresar. No importa cuántas sensibilizaciones comunitarias hayan hecho las ONG, o cuantas comisiones de reconciliación se hayan formado para que la población de la RCA vuelva a vivir junta en paz: los desplazados saben que la mentalidad de la gente es difícil de cambiar, sobre todo después de todos estos años de violencia e impunidad. Saben también que difícilmente oirán las autoridades centroafricanas decir alto y claro que el país pertenece a todos (cristianos y musulmanes), y que todos tienen los mismos derechos. En este sentido, la falta de confianza en los gobernantes centroafricanos es total.

 

Enrica Picco es investigadora independiente sobre África Central, especializada en Republica Centroafricana.

 

La historia de Fátima

 Fátima tiene poco más de cincuenta años. Me la encuentro en PK5, donde vive desde hace unos meses, el barrio de la capital (Bangui) que se hizo tristemente famoso como el enclave de población musulmana más grande del país. Fátima nació en Bangassou, una tranquila cuidad del sureste de RCA, de madre centroafricana y padre senegalés. Aun joven, se casó con un funcionario público y se mudó con él más al norte, a Grimari, donde el marido, convertido al Islam, tenía su puesto de trabajo. Cuando en marzo 2013 la Seleka – la alianza de grupos armados procedentes del noreste, en su mayoría musulmanes – avanzó hacia Bangui, Fátima y su familia fueron atacados por primera vez: su marido representaba el estado, en otras palabras, los hombres de poder que los rebeldes acusaban haber aprovechado de su posición para enriquecer olvidándose de las regiones más periféricas del país. Fatima y su marido huyeron por tanto a Bangui. Solo unos meses después, en diciembre 2013, se encontraron de nuevo en el medio de los combates: esta vez eran los Anti-Balaka, los grupos de auto-defensa que dicen representar, por etnia y religión, la mayoría de los centroafricanos, que atacaban los rebeldes de la Seleka y, por extensión, todos los que consideraban extranjeros.

 Fatima huyó de nuevo y se refugió en PK5, mientras su marido fue torturado y asesinado en su casa, por la sola culpa de ser musulmane. Fatima contactó la embajada senegalesa de Bangui, pidiendo volver al país que fue de su padre y donde aun tenía algunos miembros de la familia. Vivir en Senegal, pero, fue mucho más difícil de lo que esperaba: vivía en un pueblo en la costa, de pesca y comercio, pero la vida era cara y todos la trataban como una extranjera. Las dificultades eran tan grandes que al final del 2016, contando sobre la seguridad creciente, Fatima pidió al ACNUR, el Alto Comisariato de la Naciones Unidas para los Refugiados, de ayudarla a volver a RCA. En verdad, elle contaba con volver a Bangassou, su ciudad natal, donde aún vivían su madre y una de sus hijas. Fatima, pero, fue otra vez víctima del conflicto: en Mayo 2017, Bangassou fue tomada por unos grupos Anti-Balaka y todos los musulmanes de la ciudad – incluidos los de su familia – tuvieron que refugiarse en un sitio de desplazados protegido por la tropas internacionales.

(Vercelli, Italia, 1981) Abogada arrepentida, de aquellos años conservo una fuerte alergia a cualquier forma de injusticia. La relación con África central sigue siendo la mas larga que he tenido en mi vida. Aunque no paremos de pelearnos, se me pasaron las veleidades de mejorarla y aprendí a observar. Investigo como nacen los conflictos y como podrían acabar, secundo lo que me cuenten rebeldes, aspirantes presidentes y centenas de personas comunes que lo han perdido todo. Todavía me sorprendo de qué ONG, Naciones Unidas o universidades me paguen para hacer la profesión más interesante del mundo: escuchar unas historias increíbles para luego explicarlas y difundirlas a través de la escritura.

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