La entrevistadora entrevistada. Gemma forma parte de esta nueva generación de periodistas que no únicamente cubren África, sino que pasan más tiempo en el continente que en su lugar de origen. Lleva más de una década cubriendo “no sólo guerras” (como reza en su cuenta de Twitter) y no parece que quiera cambiar de rumbo. Africaye ha querido hablar con ella para que nos comparta sus impresiones sobre la percepción que se tiene de África, el rol y las posibilidades de los medios de comunicación, además de repasar algunos aspectos de la actualidad.
Africaye: Da la sensación que se suele hablar más de que no se habla de África que del continente en sí…
Gemma Parellada: Se habla mucho de nada cuando se trata “África”. España sigue incrustada en el “porno de la pobreza, la desgracia y el hambre”, en la condescendencia. El menú mediático solo ofrece fast food con los clásicos ingredientes infalibles: drama, miseria, violencia, animales salvajes y todo el set de niños: soldado, famélicos – qué más da si es etíope o nigerino-, mirada caída o mirada sonriente. Si no, se recurre a su extremo contrapunto: el color, la moda, la música, la “felicidad a pesar de la pobreza” y ahora – la nueva tendencia- las redes sociales. Siempre desde la superficie. Hospitalidad o drama de copiar y pegar. La mirada “a África” es muy infantil, precisamente porque se sigue mirando “a África” y no a realidades específicas.
Los cupos para hablar del continente son muy limitados y no van por países, así que las noticias son intermitentes, inconexas y siguen marcadas por los extremos: superhéroes o supervillanos, tambores o machetes. No hay espacio para matices ni profundidad. “África” -así en general- se sigue mal entendiendo en España porque se sigue mal contando. Es más grave el analfabetismo sobre África que el analfabetismo en África.
El año pasado cubrí cosas tan dispares como la durísima guerra en República Centroafricana, el juicio a Pistorius, la represión política en Ruanda –en el 20 aniversario del genocidio-, la fiebre del gas en Mozambique o la revolución en Burkina Faso. En 2015, historias más relajadas y viajeras de la gran isla de Madagascar y ahora he vuelto a mi zona de especialización: RD Congo y los Grandes Lagos, donde estoy trabajando en un reportaje sobre los minerales de sangre. Cada tema necesita un espacio a parte. Y largo. Pero como son “temas africanos”, se disputan el espacio.
En las mesas redondas o en los periódicos se discute sobre la guerra en Siria, se escribe sobre Palestina, o se debate sobre la crisis en Libia. En cambio parece que África tiene que ir siempre en pack y compartir protagonismo con los otros 54 países –o “sólo” con 47 si se acota y se habla más “específicamente” de África negra-. Se despersonaliza la realidad pintándola bajo una brocha tan gorda que parece que más que dibujar se quiera tapar.
Curiosamente, insistimos en guardar una mirada condescendiente y poco madura hacia “África” aunque nuestro bienestar dependa tanto de ella. Lo único que tienen en común los países africanos es la ceguera con la que los miramos y la sobredosis de tópicos con los que los contamos
Nigeria sale a borbotones cuando llenamos el depósito del coche -es el primer suministrador de crudo a España-; los móviles y portátiles funcionan gracias a los minerales que se extraen de la guerra de Congo – la más mortífera del planeta-; o tenemos a Costa de Marfil en las chocolatinas y bombones –primer productor de cacao del mundo-,… África es cotidiana en España, en muchos de los gestos diarios hay un trozo de continente. Sin embargo, se sigue percibiendo como algo lejano. Culpa nuestra: los periodistas y los medios. Existe un falso muro entre las realidades que vivo y cubro aquí y la precepción en España. Estamos todos en una misma habitación pero hay un solo foco, el resto queda a oscuras. Hay que abrir la luz de la habitación y darnos cuenta que hay mucha más gente. Nuestro mundo de bienestar no existiría sin los otros mundos – los que minan, recogen, cargan, pulen y trabajan los recursos naturales-. Es el concepto de Ubuntu a gran escala: el “tú eres gracias a los demás” expandido a “nosotros somos porque ellos son”.
A.: ¿Es más necesaria la información que la cooperación?
G.P.: En España, la agenda africana la marcan los hashtags y los medios extranjeros. #Ebola, #bringbackourgirls, #Pistorius, #Mandela. Las historias únicas, en profundidad, cocinadas a fuego lento, no encuentran espacio y el sensacionalismo es el color dominante. Faltan reportajes, investigación, contexto y también verdad. Así como en la guerra la primera víctima es la verdad, también lo es en estas tierras.
Durante el régimen del apartheid en Sudáfrica, muchos blancos dijeron no saber exactamente lo que ocurría al otro lado. No preguntar, no mirar, es dejar que lo establecido siga su curso. Los abusos, la represión, las torturas y la humillación ocurrieron bajo un silencio otorgador. Occidente ha exportado las guerras. Los ciudadanos y los periodistas debemos preguntarnos qué está ocurriendo al otro lado.
A.: No obstante, estamos ante una generación de periodistas que desde aquí van hacia África
G.P.: Siempre ha habido periodistas que van viajando a África negra –una vez más, así en general-. Algunos incluso se instalan por un tiempo, pero aguantan dos o tres años y se van porque los medios no apuestan por la zona, por eso nos quedamos siempre en las “primeras impresiones” y no se llega más allá. El gran problema histórico del continente es la desinformación. Y la estamos perennizando. Durante la época del rey Leopoldo, en la que se produjo el sangriento y brutal saqueo en Congo, la cruel explotación del rey belga pudo seguir por el desconocimiento y porque logró “venderse” bajo una imagen de benevolencia. Hoy, un siglo después, las historias con las que se cuenta Congo, Sur Sudán o Centroáfrica, como la mayoría de países africanos, siguen vinculadas a la cooperación. No se suelen mirar los flujos económicos, militares, ni la vinculación política real de Europa.
La Agencia EFE es el único medio español que tiene redacción en África subsahariana –ahora en Kenia-, pero apenas envían a los periodistas a terreno. Y el resto de la información se cubre con algunos periodistas independientes que como opción personal, deciden ir a buscar alguna historia: sea por compromiso, por pasión, curiosidad, huyendo de la precariedad o buscando hacerse un nombre. A veces sin hablar el idioma y sin dinero para pagar traductores. No es un panorama alentador.
Necesitamos que los medios se impliquen. No se puede cubrir una región tan vasta, tan compleja y tan fascinante con cuatro gatos sin recursos. Sin filtros de ética ni profesionalidad. Abandonar esta zona es una negligencia informativa grave. Afortunadamente tenemos a nuestros maestros Bru Rovira, Ramon Lobo, Alfonso Armada y Gervasio Sanchez que siempre mantienen una mirada al continente. Afortunadamente hay iniciativas con sangre nueva y miradas frescas. Afortunadamente ha habido y habrá compañeros que seguirán peleando. Pero no es suficiente.
Estamos aún en la fase pre-natal de “crear un espacio para África en los medios”, lejos de llegar a los primeros pasos para una información profesional y seria. El conflicto en Centroáfrica, la guerra del Sáhara, los minerales de sangre,… no son cuestiones que se puedan contar bien en una página. Hay un gran tesoro sin explotar que son los periodistas locales. Uno de mis trabajos cuando estuve de editora en la Agencia EFE, en la oficina que coordina África -entonces estaba en Sudáfrica- fue crear una red de colaboradores locales. Y siempre trabajo codo a codo con ellos. Hay que escucharles y leerles.
Se necesita una sintonía normal con esta otra parte de nuestro mundo. No hay ni un solo canal de información consistente en España para estar bien informado sobre el continente, no hay regularidad ni mínimas garantías de calidad. Soy muy crítica con los medios porque creo en ellos, creo que la solución tiene que salir de allí. La solución no es sucumbir a los gabinetes de comunicación de las oenegés.
Buenos periodistas habrá siempre, pero hay que darles aire, apoyo y, sobre todo, espacio para contar historias, que es nuestro trabajo. Es incongruente que los medios valoren los temas según el número de palabras. Una hora copiando y pegando u ocho años investigando desde el terreno, no dan el mismo resultado, aunque sean dos páginas de reportaje.
Cada época y lugar tiene sus retos, en otras fue la censura, ahora es la precariedad. Siempre habrá buenos y malos periodistas, honestos y otros que aprovechan las circunstancias para escalar. Los medios deberían ejercer un rol de control de calidad. Y ahora mismo esto no está sucediendo (al menos con los temas africanos).
A: ¿Hasta qué punto afecta la precariedad en el sector?
G.P.: La precariedad está convirtiendo a algunos periodistas en agentes de comunicación de la cooperación. Hay una oenegización del periodismo en África.
Se ha instaurado una peligrosa tendencia que es la de viajar incrustados a organizaciones humanitarias y ONG. Como los medios de comunicación no se hacen cargo de los viajes, las ONG invitan a los periodistas ansiosos de moverse, lo que alimenta la “pornografía de la pobreza” y la mirada paternalista.
La desesperación, tanto dentro como fuera de las redacciones, tiene un impacto doblemente negativo en África: la ética profesional y la realidad se pisotean con una ligereza espeluznante. Las ansias de inmediatez dañan el resto. África es un lugar difícil para realizar periodismo de investigación y contexto, pero funciona bien como trampolín para los que buscan hacerse nombre.
A.: Chinua Achebe decía que se suele ir a África con unos a prioris que no nos dejan ver la realidad del continente. ¿Pasa eso con el periodismo en el continente?
G.P.: El brillante escritor nigeriano Achebe describe de forma desgarradoramente real los vicios con los que Occidente sigue mirando a África y algunos “tics” de una actitud que aquí se repiten una y otra vez. Y España es la caricatura perfecta. Cuesta sacarse de encima los prejuicios: no hay tiempo ni recursos para ello. Muchas veces se llega con una historia casi construida a la que solo hay que añadir nombres, apellidos y algún entrecomillado. En Mali se buscaban amputados, en Congo se buscan mujeres violadas y en Sudán del Sur, menores soldado.
Vamos a ver, hemos exportado las guerras. Congo es la tercera guerra mundial, hay tropas y policías de 55 nacionalidades– con casco azul- y hombres armados y milicias de todos los países vecinos. El oro, los diamantes y los minerales que alimentan los teléfonos móviles llegan a todo el mundo. Contar el drama de las víctimas es un deber, pero también contar las dinámicas de esta guerra.
Cuando Rajoy dijo que España no era Uganda, en Uganda reaccionaron con camisetas “Uganda no es España”. Desde aquí se sigue más la información internacional que desde el norte. Porque aquí ven lo que ocurre y siguen los medios. Ven con sus ojos la realidad y comprueban cuales son los discursos que se exportan. Y son muy críticos. Hay que ver el # que se acaba de crear: #someonetellCNN, sobre la cobertura que CNN está haciendo de la visita de Obama a Kenia.
A.: ¿Cómo valoras el uso de las redes sociales y las nuevas tecnologías en las sociedades africanas?
G.P.: Las redes sociales son pura dinamita. Un arma de doble filo. Rompen barreras, abren caminos, pero también destruyen. Como toda herramienta, depende de quién y cómo se use. Tiene dos grandes peligros. Primero, que genera mucho “ruido informativo”, confusión. Twitter es como la calle, donde todo el mundo opina. Ahí dentro, hay que saber quién contrasta, quien simplemente copia o quién engaña. Las falsedades se retwitean a veces a gran velocidad. Hay que ser prudente, porque no hay filtro. Ante las dificultades de viajar, Twitter ha tomado demasiada importancia. Las redes sociales pueden ser muy útiles, pero no pueden ser el único agujero por el que mirar el continente.
A.: Se habla de la evolución en la conflictividad y de sus grupos armados. En tus 10 años de experiencia en el continente, has observado también esta evolución en cuánto a las posibilidades de acceder a ellos como periodista?
G.P.: La barreras más complicadas de franquear en los conflictos africanos son las de los grupos yihadistas y las de los ejércitos extranjeros. El acceso a los grupos insurgentes, a las milicias, a los grupos armados y los ejércitos locales es posible con tiempo y buenos contactos.
Es más difícil con los nuevos grupos (a los agrupamos bajo la etiqueta de yihadistas o extremistas), contrarios a los discursos occidentales y para quienes los periodistas no somos bienvenidos. Resulta difícil acceder a sus territorios, pero no imposible, los contactos se hacen vía telefónica a siguiendo sus comunicados a través de las redes sociales (tienen una fuerte estructura de comunicación). Eso provoca que ignoremos mucho sobre el yihadismo. ¿Hasta qué punto es útil una pieza de realidad de la que estamos tan desconectados?
Por eso, cuando toca hablar de yihadismo, se recurre a tópicos y generalidades. Hay grupos armados con muchas particularidades detrás del llamado “yihadismo”. En el norte de Mali desapareció la cuestión histórica tuareg cuando hubo la invasión “yihadista”, aunque grupos como el MNLA (tuareg) lideraron el avance. Aunque en Somalia la explosión de al-Shabab siguió a una operación militar de Etiopía, el gran aliado de Estados Unidos en la región. Aunque las filas de Boko Haram se multiplicaran después de una brutal represión policial. Hay problemáticas locales e internacionales detrás de cada grupo terrorista
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Actualmente es el gran reto periodístico en el continente. Cruzar esta barrera. Y también la que ejercen los ejércitos de fuera. En Mali era el ejército francés el que dificultaba o directamente bloqueaba el acceso a ciertas zonas.
A.: Ya que los has mencionado, y siendo consciente de las limitaciones, cuáles son tus impresiones acerca del yihadismo?
G.P.: El fenómeno se ha disparado durante la década que yo llevo en el continente. Ha aparecido el “triángulo yihadista” formado por los tres grandes focos de la zona sub sahariana: Somalia, el norte de Nigeria y el norte de Mali y que está cada vez más conectado.
Las tres zonas donde ha proliferado son culturalmente muy distintas, pero tienen en común que, en todas, había una problemática local grave, y su marginalidad del estado central. Somalia es el paradigma de estado fallido; se intentaron instaurar tribunales islámicos, pero Occidente tuvo miedo e invadió el país a través de Etiopía, provocando la radicalización de al-Shabab. Una situación similar es la que se ha vivido en el norte de Nigeria: el embrión de Boko Haram se radicalizó y creció tras la represión policial que terminó con la muerte de Yusuf.
Cuando estuve en el norte de Mali, en 2010, los policías me contaban que ya sabían que había una pequeña célula yihadista instalada en el desierto, con dinero, y usaba a la población local para ejecutar los secuestros. Pero no disponían de medios para capturarlos. Fue creciendo y, después de un curioso golpe de Estado, y de alianzas con los grupos ya existentes, acabaron ocupando el norte.
Desde principios de los años 2000 ha habido programas de contra-terrorismo en la región, de Estados Unidos, que han coincidido con el auge del mismo. Hay que poner la lupa para ver cuáles han sido las políticas internacionales y locales en cada uno de estos focos para entender qué está ocurriendo.
A.: Con la misma brocha gorda, pero con diferentes variables, ¿se ha tratado el caso de la República Centroafricana?
G.P.: Así es. De hecho, para el caso de Centroáfrica apenas hubo brocha (en España). En este caso se repite un común denominador que debería levantar las alertas. Desde la zona norte, marginada, sin infraestructuras, se lanza la rebelión. Como en el norte son de mayoría musulmana, al contraatacar, la mayoría no-musulmana del país, empieza una terrible venganza, explotando unas brechas que anteriormente apenas eran diferencias. Se está perseguido a la comunidad musulmana no por fe, sino por pertenecer al norte, por asociarles a todos con la rebelión. Se les ha echado violentamente de la capital, de muchas localidades, y, en muchas partes del país siguen amenazados, rodeados y asesinados. Miles han tenido que huir hacia Chad o al norte del país, para no ser masacrados, y allí se han quedado, tras perderlo todo. Ahora mismo son zonas donde los extremistas pueden encontrar adeptos muy fácilmente. La tarea de vender ideologías extremistas se simplifica cuando hay bolsas de gente humillada, herida, traumatizada y jóvenes con sed de venganza. Y el yihadismo, en este caso, puede funcionar como una vía para canalizar el odio acumulado.
Pero, una vez más, hay que mirar también el rol que jugó Francia en esta guerra. Presente desde que los antibalaka – la milicia no-musulmana- empezaron a expulsar a los no-musulmanes, las tropas francesas no lograron interponerse. Incluso en Bambari, un capítulo que yo misma viví, ellos fueron el elemento que desestabilizó la ciudad. Tenemos que empezar a analizar cuál es “nuestro” rol, el de las tropas occidentales, en estos conflictos. Francia se ha reactivado militarmente en las ex colonias en los últimos 5 años. Y Estados Unidos, más discretamente, también está esparciendo su inteligencia.
A.: Por otra parte, mucho se habla del problema migratorio en el Mediterráneo, pero qué raíces tiene en África Subsahariana?
G.P.: Hay miles de africanos que llegan a Europa. Miles de europeos que llegan a África. A los africanos en Europa se les llama “inmigrantes”. Pero los europeos que llegan a África son “expatriados”.
En el mundo global de hoy todo circula: gente, mercancías, dinero y armas. Pero cambian las condiciones y las reglas del juego se aplican de forma distinta. El “problema migratorio” en el mediterráneo no es más que una consecuencia de las problemáticas en los países de origen de los que, en muchas ocasiones, somos partícipes los países del norte. Y no son solo los conflictos armados, son también conflictos económicos. Por eso tenemos que mirar a Níger, a Mali, a Nigeria. Aunque sea por puro egoísmo.
Hay una ruta migratoria clásica que pasa por el Sáhara, y algunos caminos coinciden, curiosamente, aunque en sentido contrario, con la ruta del uranio en Níger (Arlit-Agadez-Benin y, por el océano, a Europa). En Agadez, Níger, hay un centro de traficantes de personas que pasa luego por Arlit, donde se encuentran unas minas fundamentales para el sistema energético de Francia. Estas mismas minas están cerca de la frontera de Mali y se sitúan en lo que ahora se considera zona de máxima alerta terrorista. Energía, terrorismo e inmigración se reúnen en una zona de la que se habla muy poco.
Cuando se habla de Níger suele ser para hablar de la pobreza. Es uno de los países con el IDH más bajo a nivel mundial, pero se olvida la importancia económica que representa para Francia, ni de cómo puede estar afectando esto en la guerra de Mali (que es la guerra del Sahara). Cuando estuve en Arlit hablé con mineros, algunos enfermos de cáncer. Llevan toda su vida en unas minas radioactivas que sirven para iluminar Francia, la nación más nuclearizada del mundo, pero el discurso queda trabado en lo mismo: la pobreza. ¿Y las causas? ¿Las raíces? ¿El contexto? Y, sobre todo, ¿cuál es nuestro papel en todo esto?
En muchos casos somos copartícipes del problema que genera la inmigración; de nuevo, no hay que ir al continente con visión de cooperación, sino de responsabilidad. Hay que buscar una visión completa.
A.: Si hablamos de proximidad y visión global, un buen ejemplo de ello es el conflicto en la República Democrática del Congo…
G.P.: Estamos siempre condenados a un mismo muro. Desde 2006 he viajado una decena de veces a RD Congo, siempre en misiones largas, pero cada vez que escribo tengo que empezar de 0. Tengo que situarlo y hacer una radiografía casi pedagógica y simplificada. Así, me queda poco espacio para más. Nuestros teléfonos móviles son “made in Congo”, no funcionarían sin los minerales que salen de tierras congoleñas. Congo es parte de nuestra economía. Si hablamos de las violaciones a las mujeres en RD Congo, más allá de denunciarlo y contar su drama, hay que contar el contexto geopolítico en el que se desarrolla esta guerra, la más mortífera del planeta.
Explicarlo bien significa ponernos un espejo delante y por eso tendemos a la condescendencia. Hay agentes (militares, económicos y sociales) de todo el mundo involucrados. Es una guerra a escala mundial, es también “nuestra” guerra, solo que se disputa en suelo congoleño.
Hace un siglo el Rey Leopoldo logró esconder una matanza de 5 millones de personas y un saqueo de recursos sangriento bajo una cortina de humo de benevolencia: los misioneros iban a educar a los “pobres” locales y él estaba “salvando” a los salvajes. La farsa se acabó descubriendo. Un trabajador del puerto de Amberes observaba cómo los barcos que llegaban cargados de marfil, zarpaban de nuevo repletos de armas. Algo no cuadraba. Cuando se empezó a destapar la verdad, se organizaron en Europa las primeras movilizaciones internacionales de presión para pararle los pies. El acceso a la información es necesario para cambiar la manera de comerciar, por ejemplo. Hay que saber y entender antes de actuar. Ahí, los periodistas, tenemos una gran responsabilidad.
Para saber más sobre su cobertura, podéis consultar su página web (www.gemmaparellada.org) o seguir su cuenta de Twitter (@Gemma_Parellada)
Gran entrevista. Comparto muchos de los aspectos que comenta Gemma, como la ogneización de la información sobre África Subsahariana o la falta de interés de los medios españoles por los periodistas africanos. Un punto de vista muy interesante, Gemma, el que tienes gracias a tu experiencia.