Francia, la antigua potencia colonial en África Occidental, intervino militarmente en Mali en enero de 2013 a petición de las autoridades de Bamako, cuando las milicias yihadistas lanzaron una ofensiva hacia el centro del país. Después de una exitosa operación militar que frenó el avance yihadista y desalojó a sus miembros de sus zonas de control, miles de tropas francesas han permanecido estacionadas en la región del Sahel con el objetivo de combatir el terrorismo que allí opera. Sin embargo, más de cuatro años después, el balance de la acción antiterrorista de Francia en la región es agridulce.
Una costosa misión militar para combatir el terrorismo en el Sahel
El combate del terrorismo en el Sahel por parte de Francia se consolidó tras la intervención en Mali. Tras la inicial operación Serval, las necesidades de combatir el terrorismo más allá de las fronteras de Mali transformó la operación en una de mayor extensión geográfica englobando, además de Mali, a Mauritania, Burkina Faso, Níger y Chad, pasando a denominarse operación Barkhane. El tamaño del área de acción de Barkhane es enorme, similar al de 10 veces el tamaño de Francia, y sobre dicha extensión actúan unos 3 000 efectivos franceses, principalmente estacionados de forma permanente en Gao (norte de Mali) y en Yamena (capital de Chad).
Hasta la actualidad la operación Barkhane ha sido el pilar del combate del terrorismo en la región, que ha tenido como escenario principal Mali. Francia es el país que más está comprometido en su combate y prueba de ello es el despliegue de personal, equipamiento y drones que mantiene para detectar y combatir grupos terroristas con el apoyo de otros países europeos, y especialmente de los Estados Unidos. No obstante, el coste de la operación ha sobrepasado las estimaciones de las autoridades francesas, disparando el coste a cerca de 600 millones de euros al año.
Las sobrecostes de las operaciones exteriores francesas – también presentes en otros teatros como Siria e Iraq o República Centroafricana- han sido especialmente derivados por la operación Barkhane en el Sahel. Esto se explica por las dificultades que plantean las complejas características del teatro de acción y su amplitud geográfica. También lo está siendo el coste de vidas humanas en el ejército francés. Desde 2013, han sido 19 los soldados franceses muertos en Mali. En estas circunstancias, a las que se unen el transcurso del tiempo y los escasos resultados, llevan a plantearse por qué Francia no logra eliminar la amenaza del terrorismo en el Sahel.
Las causas del yihadismo, permanecen
En los años que han transcurrido desde la intervención de Francia, la inseguridad y su exacerbación con el paso del tiempo se explican por la permanencia de algunos factores, especialmente en el norte de Mali.
En un primer lugar, la formulación del acuerdo de paz no permitió una adecuada apropiación del mismo por la sociedad maliense y por los actores implicados. Así lo demuestran los obstáculos encontrados en su aplicación desde su firma en Junio de 2015, referentes al diferente grado de adhesión de los diversos grupos armados. Esto ha generado la atomización de los actores y su competición por integrarse en él y, en ocasiones, esta competición se ha traducido en graves episodios de violencia. Otros actores del norte de Mali han decidido hacer frente al acuerdo de paz y se han pasado al combate del Estado o de otros grupos a través del yihadismo. Al igual que ocurría durante los años previos al estallido de la crisis, sigue vigente la instrumentalización de grupos armados en el norte desde Bamako generando un aumento de la tensión en una suerte de guerra por procuración entre facciones progubernamentales y secesionistas. Y como telón de fondo, parece que la aplicación del acuerdo de paz en el tiempo transcurrido se ha limitado al necesario ámbito de la seguridad, desdeñando por el momento otros ámbitos igualmente necesarios como son el social y el desarrollo de las zonas implicadas, especialmente las zonas rurales.
En segundo lugar, las causas de la atracción de los grupos yihadistas entre las poblaciones locales parecen mantenerse vigentes. Esto ha creado el progresivo crecimiento del fenómeno de yihadismo “autóctono” que pone de relieve que el problema ya no viene de fuera, si no que tiene unas implicaciones locales importantes. La apropiación local del combate en términos yihadistas ha permitido que la amenaza haya expandido su rango de acción hasta consolidarse en las regiones del centro del país, donde antes no tenía presencia. Muchas de las razones para enrolarse en los grupos yihadistas presentes en el norte y centro de Mali están relacionadas con las necesidades de suministro de seguridad en las zonas rurales, así como con ciertos aspectos relacionados con el carisma de los líderes, su legitimidad religiosa o clánica, el mantenimiento del orden social y la provisión de cierto nivel de justicia y servicios básicos a las poblaciones. El yihadismo en Mali descansa sobre factores que van más allá de las líneas ideológicas y religiosas sobre las que aparentemente estos actores se basan, y se inscribe profundamente en la debilidad y las deficiencias –como la corrupción o la mala gobernanza- del Estado maliense sobre el terreno y del vacío estatal en muchas zonas rurales, factores de los que se sirve el yihadismo para instalarse cómodamente.
Por último, otro de los factores que permiten a los grupos yihadistas permanecer como actores relevantes es el efecto producido por la acción desmesurada del ejército maliense en ciertas zonas. Tras la reconquista del territorio por el Gobierno maliense se han dado numerosos casos de abusos del ejército maliense sobre comunidades étnicas peuhl y árabes – a las que, haciendo uso de la amalgama, se acusa de ser más proclives a integrarse en los grupos yihadistas, con el resultado de desapariciones y asesinatos en poblados y comunidades de pastores. Se ha percibido que los abusos del ejército también están relacionados con una actitud positiva de miembros de comunidades peuhl hacia grupos yihadistas que buscan reclutar entre estas comunidades.
El incremento de la violencia y la reconfiguración de las fuerzas yihadistas
En los últimos dos años los grupos terroristas han demostrado su capacidad de resistencia y de adaptación a los esfuerzos militares franceses e internacionales empleados en su combate. En Mali, donde hay desplegados cerca de 14 000 cascos azules en el marco de la misión MINUSMA, el hostigamiento a las fuerzas militares internacionales y a las fuerzas militares locales no ha cejado. En el año 2015 el número de acciones terroristas en el territorio maliense fue de alrededor de una centena. En el año 2016 aumentó considerablemente su número alcanzando las 250 acciones en Mali y en países vecinos. Y 2017 no augura mejores datos. El número de ataques hasta la fecha va en camino de llegar a cifras similares al año anterior. El número de víctimas provocadas por las acciones terroristas es también preocupante. La misión MINUSMA es considerada como la misión más peligrosa para los cascos azules. Y el ejército maliense acumula numerosas víctimas como resultado de las sangrientos asaltos a sus cuárteles por los grupos yihadistas, cada vez más frecuentes en el centro del país. A las constantes bajas en el ejército se suman los casi 80 muertos provocados por un coche bomba en el cuartel de coordinación de las patrullas mixtas en Gao en enero de este año, el mayor atentado conocido en Mali.
Los desafíos a la seguridad que planteaban los grupos yihadistas en el año 2012 no son los mismos que en la época actual. La galaxia yihadista está evolucionando en Mali y en los países vecinos del Sahel con la formación de una nueva organización tras la fusión de varios grupos terroristas afines a Al Qaeda presentes en la zona. El tuareg Iyad Ag Ghali es el líder de la nueva coalición de fuerzas lo que representa, por un lado, que dicha evolución ha girado hacia la búsqueda de un mayor arraigo y apoyo entre la población local – y es que la gran mayoría de los miembros de los grupos yihadistas hoy provienen del ámbito local-, y por otro, que la presencia militar internacional no parece poder frenar el crecimiento de estos grupos. Mientras, un pequeño grupo escindido es considerado cercano al DAESH tras su juramento de lealtad al emir de la organización, Al Baghdadi. Otro pequeño grupo liderado por un predicador religioso local, Malam Ibrahim Dicko, también ha emergido en el panorama yihadista regional tras realizar varias operaciones armadas en la región norte de Burkina Faso, cercana a la frontera con Mali.
Limitaciones de una aproximación militar al fenómeno yihadista en el Sahel
La permanencia de la amenaza terrorista y su empeoramiento en los años 2015 y 2016 demuestran que los métodos empleados hasta la fecha para su combate no son completamente adecuados. La experiencia demuestra que un enfoque únicamente militar no puede erradicar del todo este tipo de amenazas. El inicio de las operaciones militares francesas fue significativo para la disminución de la amenaza en el corto plazo, pero los hechos de los últimos dos años cuestionan la efectividad a largo plazo del costoso compromiso antiterrorista francés en la zona, condicionada también por la persistencia de los factores anteriormente citados y por la evolución del yihadismo “autóctono” en la zona. No obstante, no se debe asumir una actitud pesimista sobre la imposibilidad de la derrota de estos grupos y la cronificación del problema terrorista en Mali, pero tampoco sería acertado pensar que un aumento del número de los medios y efectivos militares franceses e internacionales reportaría una mejora de la situación. Junto a la opción militar y el refuerzo de las capacidades militares del ejército maliense, es importante que se aborden otros aspectos políticos – como la posibilidad de dialogar con Iyad Ag Ghali y otros líderes locales que han pasado al bando del yihadismo como proponen varios sectores políticos y religiosos malienses-, económicos y sociales que vayan en la dirección en la que el Estado maliense mejore su presencia en el territorio y recupere su legitimidad.