Nuestras heridas están demasiado frescas y son demasiado dolorosas todavía para poder expulsarlas de nuestra memoria. Hemos conocido el trabajo agotador exigido a cambio de salarios que no nos permitían ni comer para paliar el hambre, ni vestirnos ni vivir decentemente, ni criar a nuestros hijos como seres queridos. Hemos conocido las ironías, los insultos, los golpes que debíamos sufrir mañana, tarde y noche… porque éramos negros.
El 30 de junio de 1960, en un Palacio de la Nación de Kinshasa lleno de representantes políticos congoleños, belgas y diplomáticos de otros países, el Rey Balduino de Bélgica se dispuso a conceder la independencia al Congo y, para ello, elogió la “labor civilizadora” de su tío abuelo Leopoldo II. Justo después, tomaban la palabra los 8 millones de congoleños que ese civilizado régimen del terror había causado, y lo hacían mediante un discurso que iba a llevar a su orador a la tumba.
Patrice Lumumba hablaba como el Primer Ministro del Congo independiente. Su discurso intentó contemporizar las relaciones con la ya expotencia colonial. Por un lado, trazaba una visión de futuro desde la necesidad de acabar con el sufrimiento que había comportado la colonización. Por otro, llamaba a la unidad nacional en un país extremadamente dividido. Las crónicas cuentan cómo Balduino no pudo reprimir una muestra de indignación cuando Lumumba se refirió a régimen colonial, pero no fue esta parte la que llevó a Lumumba a la tumba, sino aquella en que el nuevo Primer Ministro anunciaba que las riquezas de la nación servirían para lograr una vida digna a todas las personas del nuevo Congo.
Seis meses después, el 17 de enero de 1961, Patrice Lumumba era asesinado por tropas africanas que actuaban siguiendo planes de los servicios secretos belgas y la propia CIA. Un destino que siguieron otros líderes del África negra que pretendían que las independencias acabaran con las relaciones de pleitesía, control y dominio colonial. Nrkumah, Cabral, Moumie, Ben Barka, Mondlane… una larga lista de la que el recuerdo de Lumumba ha sobrevivido hasta convertirse en un icono que no puede ser secuestrado por enemigos de la libertad popular. Quizás por eso Sartre llegó a decir de él que era “África en su totalidad”.
Un liderazgo poco habitual
Pero el recorrido de Lumumba hasta el liderazgo de la independencia congoleña no fue el habitual. Es muy conocido que Patrice era sólo un cartero del servicio belga de correos, militante del Partido Liberal belga y agradecido al régimen colonial por pertenecer a una pequeña protoburguesía que había logrado salir del inmensamente mayoritario ámbito rural. Pero un encuentro con la prisión, que se alargó durante casi un año, hizo que se politizara frente al racismo belga, aunque aún conservaba fe en el colonialismo y el paternalismo del régimen. Formó el partido Movimiento Nacional Congoleño (CNM por sus siglas en inglés), y a partir de 1958 se sumó a las filas del panafricanismo, después de coincidir con otros líderes del movimiento en un congreso organizado por Nkrumah.
A pesar de su asesinato y de haberse convertido en un icono para los revolucionarios subsaharianos, Lumumba tenía un programa económico bastante moderado. Era partidario, como Nkrumah, de construir antes el reino de lo político, de lo institucional, y dejar para después los ámbitos económicos y sociales. Así se expresa en el famoso discurso de hace 60 años. A pesar de este “conservadurismo”, dentro de un contexto revolucionario, cuenta Sartre que Frantz Fanon lo tenía en grandísimo aprecio, tanto como persona como político. Su voluntad era construir un Congo libre y sin derramamiento de sangre. Por eso Lumumba intentó mantener un discurso de entendimiento con Bélgica, por eso intentó negociar el apoyo de Washington. No quería un Congo a la contra del sistema mundial, ni quería forzar un conflicto que provocara años de guerras. Tan sólo quería un Congo donde las personas pudieran sobrevivir dignamente.
Lecciones de Lumumba
El caso Lumumba es una muestra más de aquella teoría de Santiago Alba Rico sobre el millón de muertos. Una macabra forma del sistema capitalista, ejecutada por doquier por su brazo ejecutor, Estados Unidos, para conseguir domesticar a quienes se atreven a pensar en el fin de su explotación. Alba Rico construye esa teoría a raíz de múltiples casos latinoamericanos, pero África Subsahariana también tiene muchos de ellos y Lumumba, el Congo, seguramente es el más significativo.
A los seis meses de gobierno de Lumumba le siguieron más de 30 años de dictadura de Mobutu Sese Seko, auspiciado por Washington a cambio de mantener el flujo del expolio. Tras él, como se aventuraba el eslogan político en los 60, el caos. Los dos Kabila, el padre y el hijo, señores de la guerra capaces de mantener vivo el conflicto para mantener en el poder. Y ahora, Félix Tshisekedi, continuador del kabilismo por otros medios. En todo este tiempo, la vida modestamente digna que Lumumba deseaba para los suyos, y por la que fue torturado y asesinado, ha sido imposible.
Hace apenas un mes, el mundo vuelve a ver el racismo del sistema, a fijarse en él gracias a esa revolución que está siendo el Black Lives Matters. Comienzan a caer las falsas historiografías, comienzan a tambalearse los privilegios y se tiran abajo estatuas como la del macabro Rey Leopoldo, un monarca que un día se compró una colonia, que la poseía personalmente, de la que expolió materias primas y 8 millones de vidas. Y, desde aquí, sólo podemos desear que el eco del silencio que dejan los pedestales vacíos se llene con voces de una vida revolucionaria que lleva más de 60 años queriendo ser realidad.
¡Honra a los combatientes de la libertad nacional! ¡Viva la independencia y la unidad africana! ¡Viva el Congo independiente y soberano!