Hace pocos días, el presidente alemán realizó un viaje oficial a Etiopía. En las avenidas de Addis Abeba, las banderas alemanas y etíopes daban la bienvenida al máximo mandatario de una Alemania que se ha implicado en el desarrollo de este país. Me explican en la agencia federal etíope responsable de la formación profesional, que Steinmeier fue conducido a uno de sus centros educativos. Allá vio los talleres y aulas, chicos y chicas aprendiendo a soldar, a utilizar fresadoras, a empalmar cables y cualquiera de los oficios habituales en una escuela de FP de las que tenemos aquí. Dicen que la cara de satisfacción del mandatario era tan evidente que allá mismo prometió que Alemania no sólo continuaría dando apoyo a la formación técnica de la juventud etíope, sino que la aumentaría.
En el cortejo presidencial también viajaban los responsables de Volkswagen. La multinacional alemana hace años que plantea instalarse en el país africano, un mercado de más de cien millones de personas, sólo por detrás de Nigeria y Sudáfrica en importancia, para dar servicio a toda la región de África del Este. Estos planes de futuro son inviables sin todos los soldadores, fresadores y electricistas que se están formando en centros como los que el presidente visitaba. Decenas de parques industriales se construyen por todos los rincones del país para acoger a muchas firmas como la alemana, y en otros sectores como el textil o el farmacéutico. La baja regulación ambiental y un nivel salarial ridículo, debido a la depreciación constante del birr, comienzan a hacer más competitiva a Etiopía que el Sudeste asiático. En realidad, la apuesta alemana es humilde frente al desembarco de empresas chinas, que junto con el apoyo oficial de Pekín, han reconfigurado la fisonomía del país. Un nuevo tranvía recorre Addis Abeba, serpenteando entre los rascacielos que dibujan un skyline que muta de una semana a otra, dibujado con acero y hormigón oriental.
En Sodo, siguiendo la autopista de tres carriles que avanza hacia Nairobi, hay uno de los epicentros de la emigración, en un contexto más cercano al que se espera, a priori, de Etiopía. La alta densidad de población y la baja disponibilidad de tierras y tecnificación no les dan muchas oportunidades. No importa escuchar historias de gente perdida o secuestrada, de familias arruinadas por pagar el rescate de sus hijos. Cuando eres una gota en un río, nunca piensas que te tocará a ti. La gran esperanza de toda esta gente que camina es encontrar un trabajo, lo más cerca posible de casa, y disfrutar una vida digna con los suyos. Una cosa que no tendría que ser nada difícil de entender para nosotros, habiendo pasado por el mismo proceso hace tan sólo una generación. Además de los parques industriales y las infraestructuras, el gobierno también se ha puesto manos a la obra con la vivienda, y los nuevos barrios para las clases populares y medias extienden aún más el perímetro de las grandes ciudades. Os puedo asegurar que la banlieue de Addis Abeba no es muy diferente de Bellvitge o Sant Ildefons.
Etiopía, quizás como imagen de África, está frente a un momento decisivo. Un responsable del gobierno afirmaba hace no mucho que más de diez millones de personas buscan su primer trabajo, pero que el mercado laboral sólo puede absorber un millón ahora mismo. El experto federal de formación profesional que nos atiende duda de si llegarán a tiempo a formar suficientes personas para absorber tanta inversión y generar la ocupación necesaria.
Lo podemos ver como un problema ajeno o podemos entender que la pesadilla que vivimos en nuestras fronteras y en el Mediterráneo son la punta del iceberg de un fenómeno del cual somos parte, y que tendríamos que contribuir a solucionar. Las gotas de agua se convierten en gasolina cuando no hay futuro, y los extremistas siempre están dispuestos a hacer saltar la chispa, como también se ha visto en Etiopía durante los últimos años.
Semanas atrás, Barcelona y otras ciudades europeas se han unido para dar una respuesta imprescindible a la crisis humanitaria de la frontera Sur. Con su apoyo o con recursos propios, como lo hace la Fundación Nous Cims, muchas entidades intentan también aportar soluciones al origen del problema, y corregir los desequilibrios e injusticias que se producirán inevitablemente (es el capitalismo, amigo). Pero si África no se industrializa y se urbaniza y da oportunidades a su gente, si no deja de ser una simple despensa de materias primas y no protege los derechos de todas las personas, comenzando por las mujeres, habremos fracasado con ella. Más allá de la emergencia y de la falsa predestinación, hay causas estructurales que explican lo que vivimos, y oportunidades para superarlas.
La tragedia es verlo venir y no tener presidentes que no duden a la hora de abrir más talleres para alumnos y alumnas. Pero, quizás, es pedir demasiado a un Estado que mantiene el Open Arms amarrado a puerto.
Este artículo se publicó originalmente en catalán en el Diari Ara, el domingo 1 de marzo de 2019