Tienes el móvil en el bolsillo cuando, de repente, te suena el aviso de que te ha llegado un mensaje. Lo coges, como otras tantas veces, y abres la aplicación para saber qué te quieren decir. No puedes resistirte a saber quién te ha enviado un mensaje. No quieres dejar de saber qué te cuenta. En esta ocasión es un texto que te deja anonadado un mes antes de las elecciones presidenciales: el actual presidente del país está muerto, pero hace meses que habría sido sustituido por un doble sudanés que se presentaría a la reelección. Te lo ha enviado uno de tus contactos de confianza. Este mensaje circuló por las redes sociales en Nigeria durante la campaña presidencial de 2018-2019. Perseguía un doble objetivo: desinformar y generar desconfianza sobre el sistema democrático y sobre las redes sociales. El presidente nigeriano, Muhammadu Buhari, que acabó ganando la reelección, tuvo que salir a defenderse de las acusaciones “soy yo de verdad, te lo aseguro”.
El fenómeno de las fakenews había llegado hacía tiempo a las redes sociales de la región del África subsahariana. No era ninguna novedad, ya existían antes. La diferencia es que ahora las noticias falsas no solo debilitan el sistema democrático sino las capacidades de la población para ejercer su ciudadanía política, todo justo después de un ciclo en el que se había empoderado. La desinformación, sin embargo, no siempre va en contra de los gobiernos: tal como ocurrió en Kenia, durante las elecciones de 2013 y 2017, los actores de la política formal la utilizaron para movilizar y generar tensiones partidistas.
Desinformación y bloqueo comunicativo
La desinformación solo ha sido una de las herramientas de los gobiernos subsaharianos para tratar de desactivar las protestas que han tenido lugar en toda la región ininterrumpidamente desde 2010. Los cortes de internet, o de las redes sociales han sido otras. El Instituto Sudafricano de Asuntos Internacionales ha contabilizado, entre 2016 y 2017, 119 bloqueos de acceso a internet en general, y 43 bloqueos de acceso únicamente a las redes sociales.
Los gobiernos africanos siguen dos estrategias diferenciadas para dejar sin herramientas digitales a los movimientos sociales. Por un lado, se impulsa el cierre directo, tal como hace el gobierno de Etiopía cada vez que tienen lugar movilizaciones en las calles de la capital. Por otro, se elaboran unas normativas que, incluso en situaciones de normalidad, dificultan el acceso al ciberespacio a gran parte de la población: el impuesto diario a las redes sociales en Uganda —que debe pagar cada persona que quiera utilizarlas— es uno de los ejemplos.
Los cortes persiguen el objetivo de imposibilitar que la disidencia se comunique con el exterior. Durante los días más álgidos del proceso independentista de la región anglófona de la Ambazonia, en Camerún, el gobierno de Paul Biya cortó el acceso a internet desde junio de 2017 hasta enero de 2018. El resultado ha sido que una represión cruenta casi ha pasado desapercibida internacionalmente.
Otro caso paradigmático ha sido el corte que el nuevo presidente de Zimbabue, Emmerson Mnangagwa, promovió a raíz de las protestas de enero de este año contra las reformas económicas de su gobierno. El sustituto —y antiguo aliado— del dictador Mugabe pudo reprimir las movilizaciones sin testigos, sin que la solidaridad internacional o las presiones del resto de países le afectasen.
Las interrupciones del acceso a internet también se han empleado en elecciones presidenciales con resultados cuestionables, como en la República Democrática del Congo. En diciembre de 2018, y con una estructura de protesta civil prodemocracia real y muy entrenada durante años de lucha contra el antiguo presidente Kabila, el corte de las comunicaciones impidió la buena coordinación entre diferentes grupos y significó la invisibilización de la protesta. Se contuvo un escenario político que habría resultado incómodo para los gobernantes nacionales y para un sector internacional dispuesto a no perder capacidad de influencia en un país estratégico.
La generación de un contrapoder real
Los gobiernos subsaharianos han estado atacando la raíz del cambio político en África a lo largo de los últimos diez años. Durante las revueltas y movilizaciones del inicio de la década, multitud de personas han hecho uso de las redes sociales para organizarse políticamente y hacer frente a las derivas totalitarias de determinadas democracias. El caso más relevante ha sido Senegal, que se organizó bajo una etiqueta en Twitter —#SUNU2012— para fiscalizar la manipulación electoral que el presidente Wade intentaba llevar a cabo para garantizarse la reelección. Pero experiencias como el movimiento Bayai Citoyen de Burkina Faso o la protesta contra el fraude electoral en Gambia tampoco se pueden entender sin el uso de las nuevas tecnologías.
Las redes sociales e internet juegan un papel protagonista.
Es allí donde el activismo se reconoce y donde encuentra la capacidad
para sumarse a movimientos más amplios para generar un impacto superior
Sea por cuestiones materiales, sea por cuestiones democráticas, la población africana se está organizando. Y las redes sociales e internet juegan un papel protagonista. Es allí donde el activismo se reconoce y donde encuentra la capacidad para sumarse a movimientos más amplios para generar un impacto superior. La juventud comienza a hablar de un nuevo panafricanismo, en el que el pasado difiere en cada país pero el futuro debe ser común: democracia y mejora de las condiciones de vida.
Hasta este momento, la sociedad veía cómo las desigualdades se incrementaban y cómo los regímenes democráticos —o semidemocráticos— incumplían cualquier expectativa de mejora social o política. La gran mayoría de la población no tenía acceso a la política estatal o a las estructuras organizadas de la sociedad civil. África formó parte, así, de la revuelta global que se estaba desarrollando, y no podría mantenerse ajena a los nuevos aires que los gobiernos de todo el mundo han implementado.
Geopolítica de la contrarreforma
Los cambios internacionales han generado un escenario propicio para que los gobiernos africanos generen lo que se ha calificado de dictaduras digitales. La pérdida de credibilidad del sistema de derechos internacionales, provocada por años y años de menosprecio e incumplimiento de las normativas y los derechos internacionalmente reconocidos, genera un espacio para la solidaridad entre gobiernos, y el principio de no intervención en cuestiones internas.
Las redes sociales e internet eran las herramientas de los movimientos políticos africanos para organizarse y también visibilizar su protesta. A diferencia de las movilizaciones en América Latina, Hong Kong o Cataluña, las protestas africanas casi nunca son localizadas en los mapas de las revueltas globales. Sin embargo, poco a poco, la visualización de las revueltas modificaba el escenario internacional en el que tenían que moverse los liderazgos políticos del continente.
Actualmente, sin embargo, el mundo ha cambiado y cada país se pliega sobre sí mismo. La nueva geopolítica de la contrarreforma, en el que ni tan siquiera los valores de la democracia liberal se defienden como mínimos. Las dictaduras digitales africanas son reproducidas, en mayor o menor medida, por democracias occidentales consolidadas, y la región subsahariana se ha constituido como una zona de experimentación en la que probar nuevas herramientas políticas de desinformación y limitación del acceso al mundo virtual.
Artículo publicado en catalán en el número 488 La Directa