Jacques René Chirac murió, por segunda vez, el pasado 26 de septiembre y esta vez Abiyán se quedó callada. Pero hace 14 años, el 4 de septiembre de 2005, un rumor sobre su muerte (o fake news, como se les llama hoy en día) sublevó una ola de alegría en Abiyán y en todo el sur de Costa de Marfil. Ese mismo país lloraba, apenas unas horas antes, tras la derrota del equipo nacional de fútbol marfileño (los Elefantes) frente al Camerún de Eto’o Fils, dificultando su calificación para el mundial de 2006. El “Brujo blanco”, como se denominaba a Chirac en aquellos días, fue culpable de los acontecimientos de noviembre de 2004 y sobre todo, de la matanza impune del Hotel Ivoire del 9 de noviembre de 2004. También mostró cierto apoyo a la rebelión que dividió el país a partir de 2002, con la retaguardia en la Burkina Faso de Blaise Compaoré, y que sembró muerte y caos en toda su mitad norte hasta lograr hacerse con él en 2011.
Jacques Chirac dirigió Francia durante doce años, de 1995 a 2007, pero ocupó varios puestos en la alta administración francesa como Primer Ministro (1974-1976 y 1986-1988) y fue, sin duda, el ultimo portavoz del Gaullismo original, una corriente política que defendía la independencia de la política francesa frente a Estados Unidos, sin caer en la órbita comunista. Esta tercera vía dentro del mundo occidental fue, en cierto modo, simétrica a la de China dentro del bloque comunista.
Chirac fue uno de los pocos líderes occidentales en decir “no” a la hiperpotencia norteamericana. La postura heroica de su administración, encarnada por Dominique de Villepin (su ministro de Asuntos Exteriores) enfrentándose a Colin Powell en el Consejo de Seguridad de la ONU, con el fin de evitar la invasión de Irak de 2003. Francia y su presidente Chirac se presentaron ante los ojos del mundo como los líderes globales antiguerra, una voz discordante dentro de un Occidente normalmente repetitivo. Así, Chirac siguió los pasos de De Gaulle, que ya en los años 60 hizo salir a Francia del umbral atómico estadounidense, acelerando de paso, en cierta manera, la construcción europea. Hay que recordar también que Chirac pagó caro este desafío, que le costó sanciones por parte de Estados Unidos.
A nivel interno, Chirac fue el último defensor de un modelo de Francia liberal, que no era tan despiadado para los franceses, puesto que garantizaba su bienestar. Los galos se vieron protegidos por lo que se suele denominar el “Estado Providencia” y corrieron así mejor suerte que los africanos y otros pueblos, a los que el Ejecutivo Chirac aplastaba sin misericordia para proteger a los suyos.
Esta realidad nos recuerda que el Gaullismo lleva consigo un lado oscuro, sobre todo para las antiguas colonias en África. Chirac fue el último ocupante del Eliseo en defender de forma abierta la Françafrique (este sistema neocolonial que vincula a Francia con sus antiguas colonias de África). Sus sucesores, desde Nicolas Sarkozy a Emmanuel Macron, pasando por François Hollande, se presentaron (al menos, de cara a la galería) como contrarios a este sistema. Al revés que François Mitterrand, que en el discurso de Baule pidió una democratización del continente negro, Chirac significó la vuelta a los viejos tiempos de la Guerra Fría. Bajo su mandato, Francia intervino a diez ocasiones en países africanos. Se proclamó abiertamente “amigo” de los dictadores africanos más autocráticos, desde Sassou Nguesso de la República del Congo hasta Compaoré, y manifestó una animosidad directa contra los que intentaron luchar contra la Françafrique. Atacó con violencia a líderes nacionalistas africanos como Pascal Lissouba, también en Congo Brazzaville, e intentó hacer lo mismo contra el líder nacionalista marfileño Laurent Gbagbo.
Chirac fue, es y será siempre uno de los personajes históricos más emblemáticos del fin del siglo XX. Su nombre conlleva infinitas contradicciones. A la vez héroe y malvado, opresor y defensor de la libertad, valeroso y cobarde. Uno de los ejemplos más evidentes de esa dualidad se dio a partir de 2005, cuando inmoló a De Villepin como sacrificio expiatorio ante el gobierno norteamericano, a fin de restablecer los vínculos deteriorados desde la oposición en la ONU por la guerra de Irak. Además, quedará en nuestra memoria que, a pesar de haber reconocido abiertamente el pillaje de África por Francia, no hizo nada para detenerlo y, aun peor, castigó a los que intentaron rebelarse ante esta realidad.
Su personalidad como Estadista encarna de forma excelente esta etapa turbia de confusión que ha sido el fin de la era bipolar del mundo, donde una tercera voz no era necesaria, pese a que la segunda se había callado.
Sin embargo y, sobre todo, hay que volver a reseñar que fue el último de la vieja guardia gaullista. Asumió la herencia del General: mantener a Francia como un actor principal en la escena internacional y preservar el imperio colonial, aunque disfrazado bajo otra apelación.
Con su desaparición, se desvanecen no sólo el pensamiento, sino también los recuerdos del Gaullismo verdadero, y con él, las veleidades de reposicionar una Francia imperial como una potencia central europea y mundial, al igual que sucedió en la época napoleónica. Con él también se evapora la existencia de un imperio colonial africano bajo la luz del sol, sin eufemismos, excusas ni disfraces.
Dagauh Gwennael Gautier Komenan (Yamusukro, Costa de Marfil, 1989) es historiador formado en la Universidad Félix Houphouët-Boigny (Abiyán, Costa de Marfil) en la especialidad de Relaciones Internacionales y coautor del libro electrónico La Françafrique vista desde el Sur.