La experiencia de las personas refugiadas congoleñas en la isla de Samos (Grecia)

“Cada uno para sí mismo”

Por el 24 marzo, 2020 África Central , Política

En el último año, el número de personas congoleñas que han llegado a las islas griegas no ha dejado de crecer. ¿Por qué son cada vez más numerosos? ¿Cómo llegan a Grecia? ¿Cómo se organizan una vez que se instalan en los campos de refugiados? Hemos viajado a Samos (isla griega) para entender lo que esta pasando.

Según el Alto Comisionado de la Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), las personas de origen congoleño son la tercera nacionalidad por número de llegadas a Grecia, después de personas de origen afgano y sirio. El número de ciudadanos de la República Democrática del Congo (RDC) que desembarca en las islas del Egeo ha ido creciendo en el último año y todo hace pensar que no se trata de una tendencia pasajera. Además, la mayoría de las personas congoleñas que llegan a Europa no son originarios de las provincias orientales sacudidas por el conflicto armado, sino de la capital, Kinshasa. Encontrar y compartir espacios con personas congoleñas que viven en Samos nos ha permitido formular algunas reflexiones sobre este fenómeno.

El centro de recepción e identificación de Samos (RIC, Reception and Identification Center) está constantemente desbordado: construido para acoger unas 600 personas, desde hace mas de un año es el centro de referencia para las casi 8.000 personas refugiadas que han llegado a la isla. Una alambrada separa el campo original –compuesto de unos conteiner-dormitorios y unos edificios administrativos–, de la jungla de tiendas de campaña y albergues de fortuna que las personas refugiadas han ido construyendo entre cúmulos de barro y basura. A unos pocos minutos de camino del RIC, al pie de la colina, las tiendas y los restaurantes del paseo marítimo de Samos se preparan para acoger los turistas que vendrán a pasar la temporada. El contraste de paisaje es impresionante.

Las personas refugiadas de las 25 nacionalidades diferentes que componen el campo de Samos se han instalado alrededor del RIC reagrupándose por país de origen o, en algún caso, por grupo étnico (como, por ejemplo, los Hazara afganos). Casi todas las personas subsaharianas viven juntos en dos áreas del campo, también organizados según la región de proveniencia o el idioma hablado (principalmente francés o ingles). Las personas congoleñas representan el grupo más numeroso, estimado en más de 2.000 personas, y son la mayoría lingala-hablantes (el idioma de Kinshasa y del noreste del país).

 

Fuente: Operational Data portal (UNHCR)

 

Las razones de su llegada a Grecia son tanto demográficas como culturales. La RDC tiene una de las tasas de crecimiento más rápida de África y del mundo. Además, más del 65% de su población tiene menos de 25 años y se concentra en aglomerados urbanos, especialmente en la capital. A este boom demográfico se junta un fuerte componente sociocultural: desde hace años, los líderes de referencia de las personas jóvenes del país, sobre todo entre políticos y músicos, promocionan  Europa como una tierra de oportunidades. Estas circunstancias hacen que, mientras muchas de las comunidades congoleñas afectadas por décadas de conflictos armados en el este del país se quedan en los campos de desplazados de la región, la creciente clase media urbana ha llegado a tener los recursos suficientes para empezar su viaje hasta el viejo continente.

Por si misma, la estructura del campo en Samos es muy reveladora de las relaciones que se han desarrollado entre las personas refugiadas, ya que, a primera vista choca la ausencia de aquellos espacios comunitarios que son tan habituales en los campos de desplazados en la RDC y en la región centroafricana. En primer lugar, casi no existen espacios para sentarse: la colina se encuentra tan abarrotada de tiendas que faltan lugares al aire libre donde poder pasar el tiempo y charlar, así como faltan sillas y bancos que permitan crear un área común para las personas que viven en el mismo sector del campo. Además, como consecuencia, tanto de la falta de espacio como de las redadas de la policía griega, no existe un mercado en el interior del campo. Esto significa no solamente que no hay un lugar donde hacer pequeños comercios y revender la mercancía de uso cotidiano, sino también que falta un espacio para recrear las condiciones de vida anteriores al desplazamiento, como reunirse en una cafetería o buscar los servicios de un barbero o de un costurero.

El campo, por tanto, parece reflejar en su organización unos patrones de desplazamiento muy diferentes de los que encontramos en África central, donde las comunidades de un mismo pueblo o de una misma región suelen huir juntas y buscar refugio en el mismo lugar. La historia de las personas congoleñas refugiadas en Samos no es una historia de comunidades, si no de individuos. La mayoría ha empezado su camino hacia Europa pasando por Turquía, que suele conceder con facilidad visados de entrada a los ciudadanos y ciudadanas de África subsahariana. Allí, el objetivo es ganar el dinero suficiente para completar el viaje, sobreviviendo a la explotación laboral y a las redes de traficantes. Este pasaje marca profundamente a las personas refugiadas congoleñas que han llegado a Grecia, y por consecuencia el miedo de ser expulsado hacia Turquía contribuye a aumentar su estado de precariedad.

Una vez superados los kilómetros del mar Egeo que separan la costa turca de la isla de Samos, las personas refugiadas son registradas por la policía griega y trasladados al campo. Sin referencias ni alojamiento, se dirigen hacia las áreas donde se han instalado sus conciudadanos, que suelen acoger a los recién llegados en sus tiendas hasta que encuentren otra solución. El gobierno griego y el ACNUR proporcionan por cada persona refugiada 80 euros al mes, pero no intervienen en la gestión y la organización del campo, como por el contrario suele pasar en los sitios de desplazados de África central. Es en este momento que la comunidad podría jugar un papel fundamental para construir una red de ayuda mutua, sin embargo, el sistema legislativo y administrativo griego (y europeo) parece creado para limitar cualquier tipo de solidaridad entre las personas refugiadas.

“Cada uno para sí mismo”, repiten los congoleños que hemos encontrado en Samos. Los escasos recursos disponibles generan una competencia asoladora entre las personas refugiadas, que tienen que hacer colas interminables para tener acceso a la distribución de alimentos (un litro de agua y tres comidas diarias por persona, cuando en los campos subsaharianos las distribuciones son normalmente por familia), así como para renovar sus papeles cada quince días y no quedarse fuera del sistema. Además, las personas congoleñas pueden tener que esperar meses, a veces años, para que sus nombres sean escuchados por la megafonía del RIC y que alguien sepa decirles cuando podrán hacer la primera entrevista para la solicitud de asilo. Mientras tanto, se convierten en rivales para un numero de plazas limitadas y asignadas de manera aparentemente aleatoria.

El efecto de este sistema en la creación de una comunidad entre las personas refugiadas congoleñas es devastador. En la mayoría de los casos, la colaboración entre conciudadanos no va mas allá de la creación de una caja de mutuo socorro para las emergencias medicas o legales (como, por ejemplo, la apelación contra el rechazo de la solicitud de asilo). Por el resto, la comunidad congoleña no tiene líderes o representantes, como suele pasar en los campos de desplazados de la región centroafricana, por lo tanto, parece faltar todo aquel sistema de gestión interna de los asuntos cotidianos y de controversias que es tan fundamental para establecer relaciones duraderas. Contrariamente a lo que pasa en los campos en África central, en Grecia los esfuerzos de las personas refugiadas parecen proyectados hacia el exterior – para superar las barreras legales y seguir su viaje hacia Europa – y no hacia el interior – para reforzar las relaciones con las personas con las cuales comparten su vida en el campo.

Eventos recientes, como la apertura de las fronteras por parte de Turquía y la epidemia del COVID-19, no hacen más que contribuir a esta individualización de la experiencia del desplazamiento. El caso de las personas congoleñas en la isla de Samos nos genera una reflexión sobre las consecuencias de las políticas migratorias de la Unión Europea: si por un lado limitan radicalmente el derecho de asilo, por otro contribuyen de manera importante a la disgregación del tejido social y solidario entre las personas refugiadas.

 

Fotografías: Enrica Picco

 

 

(Vercelli, Italia, 1981) Abogada arrepentida, de aquellos años conservo una fuerte alergia a cualquier forma de injusticia. La relación con África central sigue siendo la mas larga que he tenido en mi vida. Aunque no paremos de pelearnos, se me pasaron las veleidades de mejorarla y aprendí a observar. Investigo como nacen los conflictos y como podrían acabar, secundo lo que me cuenten rebeldes, aspirantes presidentes y centenas de personas comunes que lo han perdido todo. Todavía me sorprendo de qué ONG, Naciones Unidas o universidades me paguen para hacer la profesión más interesante del mundo: escuchar unas historias increíbles para luego explicarlas y difundirlas a través de la escritura.

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