En plena conmemoración del cuarto de siglo de una de las peores matanzas de la historia, la miniserie británica aviva el debate sobre la responsabilidad occidental en el conflicto africano.
Un joven negro se dirige a una prestigiosa abogada blanca especializada en derechos humanos en una conferencia sobre el genocidio de Ruanda, uno de los episodios más atroces de la historia moderna. Tachándola de neocolonialista y aludiendo al paternalismo occidental, denuncia el sesgo racista que hace que la Corte Penal Internacional (CPI) juzgue a africanos casi en exclusividad. Así de contundente arranca la serie de Netflix Black Earth Rising (algo que bien se podría traducir como Tierra Negra Emergiendo), la historia de una inglesa adoptada en Ruanda y su búsqueda desesperada por esclarecer su pasado y, por ende, el de todo un país que aúlla por la reconciliación del trauma. Una narración que desvela los entresijos internacionales y la geopolítica que sume a todo un continente en el silencio y la manipulación de la verdad. Como bien reza la secuencia de apertura, con el hiriente tema de Leonard Cohen: “lo quieres más oscuro, nosotros matamos la llama” (“You want it darker, we kill the flame”).
Michaela Coel —a la que conocimos en la serie Chewing Gum— interpreta en Black Earth Rising a Kate Ashby, superviviente del genocidio e hija adoptiva de la abogada británica Eve Ashby, fiscal especializada en derechos humanos en La Haya —interpretada por la actriz Harriet Walter—. A su personaje le persiguen los fantasmas, pero también el afán de justicia de alguien que lleva consigo el peso y las cicatrices de una de las peores masacres de la historia. Cuando su madre Eve asume el litigio contra un militar que reclutaba niños soldados en República Democrática del Congo, pero que también fue responsable de detener la matanza de tutsis en 1994, Kate se encuentra en una encrucijada moral y psicológica que le hace cuestionarse cuál es el bando correcto de la historia.
Su personaje, lleno de secuelas del trauma y caracterizado por un comportamiento errático e inmerso en tratamiento psiquiátrico permanente, se envuelve y construye a través de clichés sobre el dolor, la perturbación y el trastorno mental. A su lado, un puntal inestimable: el de su jefe, amigo y confidente Michael Ennis, encarnado por el gran actor estadounidense John Goodman (Treme, Roseanne…). A través de ocho capítulos imperdibles, las enfermedades, convulsiones y cánceres se van manifestando como una somatización de la culpa colectiva que sacude al espectador, interpelado de forma directa, provenga de donde provenga.
Así, a 25 años del genocidio de Ruanda, el escritor y director de la serie, Hugo Blick (The Shadow Line o Sensitive Skin), plantea preguntas espinosas e inflamables que pretenden abrir debates sobre la injerencia occidental en África hoy: el papel parcial de Naciones Unidas, el rol perverso de las multinacionales, la corrupción endémica entre las capas menos sospechadas de los organismos internacionales, la pervivencia en la sombra de los líderes militares, el juego de los funcionarios públicos ruandeses y los gobiernos europeos, el papel de los misioneros mzungus en el conflicto, las formas más sutiles de clientelismo o las relaciones entre socios del Norte y señores de la guerra en la región de los Grandes Lagos. Una apuesta valiente de Netflix que ya había sido emitida en la BBC Two de Reino Unido en 2018, pero que parece haber levantado críticas feroces entre la audiencia, que achaca al director querer esbozar la política africana desde Europa o plantear un personaje femenino y negro como Kate desde la posición privilegiada de un hombre blanco.
¿Quién es quién en el conflicto de los Grandes Lagos? (o qué hay de real en la serie)
25 años después del fin del genocidio de Ruanda, seguimos sin saber mucho sobre los conflictos en la zona de los Grandes Lagos. Lejos de un análisis político completo y complejo, las lecturas raramente han ido más allá de las inexplicables pulsiones étnicas, el salvajismo intrínseco de los africanos o la corrupción de sus líderes. Black Earth Rising consigue su objetivo: construir un relato que tenga en cuenta todas las partes del genocidio, sin ahorrarse detalles e incluyendo a todos los actores que facilitaron las masacres. La serie navega con agilidad -en ocasiones, con giros demasiado rápidos- a la hora de presentar los detalles del genocidio ruandés y los diferentes conflictos que ha habido en el Congo desde mediados de los años 90. Ciertos analistas consideran que, de alguna manera, el Congo se ha convertido en el gran daño colateral del genocidio de Ruanda.
Kate, la protagonista, se identifica como tutsi y tiene una posición clara respecto al Frente Patriótico Ruandés: ellos fueron los que pararon el genocidio y les debe literalmente la vida. A nivel político, el Frente Patriótico Ruandés ha capitalizado políticamente el hecho de haber combatido y expulsado a los interahamwe. Su visión del genocidio ha servido para que el partido, el ejército y el gobierno se fusionen en una visión monolítica que deja sin espacio a la oposición. Los salvadores se han convertido en verdugos. Pero, ¿qué hay de los occidentales? Una de las virtudes de la serie es plasmar, a través de escenas muy potentes, la relación paternalista que existe entre Europa y el continente africano.
Una de estas escenas ya la hemos comentado: se da al principio, entre un estudiante africano y la prestigiosa abogada europea de derechos humanos. Cuando esta se ve acorralada, no tiene más remedio que sacar el argumento más pobre y personal: a ella le importa tanto África que tiene una hija negra. La abogada progresista europea, en un arranque de orgullo, demuestra que es mucho más lo segundo que lo primero y se siente herida en su dignidad cuando le recuerdan que su papel en la historia de África no deja de ser el de los invasores. Otro de los choques lo podemos ver en la discusión con su propia hija: la abogada, partidaria de perseguir a los tutsi que han cometido violaciones contra los derechos humanos, le da una lección sobre integridad y derechos humanos a su propia hija. La escena está construida de tal manera que la madre representa el racionalismo, el estado de derecho y la civilización; la hija, en sentido contrario, no es más que la plasmación de una adolescente incapaz de analizar un conflicto que va mucho más allá de sus sentimientos personales. Uno solo puede imaginarse al francófilo Léopold Senghor culminando la escena con su inolvidable frase: “La emoción es negra, la razón es helénica”.
Por último, uno de los duelos más prometedores es el de Kate Ashby con Jacques Antoine Barré, exasesor del gobierno francés durante los años del genocidio. Felizmente retirado, Barré vive rodeado de lujo en una casa gigantesca. En un enfrentamiento histórico, la superviviente del genocidio toma la palabra ante uno de los organizadores. En esta ocasión, Ashby se enfrenta al “poli malo” de los occidentales: Barré era conocedor de la realidad en Ruanda, y no tuvo problemas a la hora de cooperar con los genocidas y facilitarles apoyo económico y logístico, pero lo hacía por un bien superior: la grandeza de Francia. Barré muestra que, lejos de ser una caricatura malvada y despiadada, el mal más efectivo se presenta habitualmente con formas exquisitas mientras degusta una carísima botella del mejor vino. Y cómo este puede, sin pestañear, firmar la muerte de decenas de miles de personas si considera que eso servirá para conseguir sus objetivos. Este tipo de diálogos son uno de los puntales de la serie.
Uno de los críticos más furibundos de la serie será, probablemente, el presidente de Ruanda Paul Kagame. Black Earth Rising muestra el gobierno ruandés como un actor tan despiadado como hábil para la propaganda. Pero algunas de sus contradicciones más básicas quedan al descubierto en los sinceros diálogos de sus gobernantes, cuando los focos se apagan: tras la máscara del éxito económico del autodenominado «Singapur de África», se esconde una realidad mucho menos halagüeña. La realidad es que, un cuarto de siglo después, el gobierno ruandés es uno de los más represivos del continente, que asesina a disidentes dentro y fuera del país, y que va contando por decenas a los exmiembros del gobierno que han tenido que huir al exilio. Algunos, como David Himbara, directamente han escrito un libro desmontando los mitos sobre la economía ruandesa que Kagame ha conseguido vender entre las élites anglosajonas.
Ante esa realidad, los dirigentes ruandeses de Black Earth Rising deberán enfrentarse a un destino funesto y algunos preferirán rendirse para siempre. Kagame, con puño de hierro, prefiere mantenerse en el poder hasta 2034. Las series, habitualmente, son mucho más optimistas que la realidad.
Puntos fuertes de la serie:
- Contexto histórico muy trabajado y bien hilado con la actualidad.
- La trama es entretenida y está bien conectada con la historia.
- El uso de dibujos para los momentos de recuerdo y horror huyen del fatalismo gore presente en la mayoría de películas occidentales sobre los africanos.
- Gran introducción a un público mainstream de la geopolítica de los Grandes Lagos.
Defectos:
- La velocidad con la que se explican determinados conceptos históricos puede dificultar la comprensión de algunos temas para el espectador.
- Cambios de lugar geográfico demasiado rápidos, con algún error de coherencia.
Autores: Jaume Portell y Gemma Solés i Coll