El pasado martes 7, el doctor en Historia Germán Santana impartía la primera sesión de la tercera edición del curso “Civilización negroafricana” que acoge, hasta el 12 de junio, el Centro Atlántico de Arte Moderno de Las Palmas de Gran Canaria. En apenas hora y media, Santana hizo un completo recorrido por la construcción histórica del África subsahariana a través del pensamiento español, el llamado africanismo español, desde la Edad Media hasta la actualidad.
Empezó por la influencia que tuvo el mapa de Claudio Ptolomeo en los pensadores hispanos. Una representación acertada en el origen del río Nilo y más centrada en el África oriental que en la occidental, ya que la información que llegaba entonces lo hacía a través del Mediterráneo y no por el estrecho de Gibraltar. Precisamente, en el conocimiento de autores clásicos se basó el algecireño Pomponio Mela (siglo I después de Cristo), que no llegó a viajar al continente. Mela escribió de desiertos, fieras y de climas y geografías extremas, rasgo que trasladó a la sociedad subsahariana, parte de la concepción que pervive hoy.
También bebió de fuentes clásicas Isidoro de Sevilla (siglo VI), que incorporó el cristianismo a su explicación de la geografía africana, elaborando una representación simbólica del mundo en la que Asia, Europa y África eran personajes bíblicos; siendo este último continente Cam, hijo de Noé, castigado con la emigración y la negritud.
Dos siglos después, Beato de Liébana fue el primero en relacionar lo negro con lo negativo. Lo negro era lo tenebroso, la oscuridad, el pecado: el Demonio. En este sentido, Santana recalca la importancia de atender al contexto de la época, cuando aparecieron los primeros negros en el ejército musulmán.
Al-Ándalus dio historicidad a los africanos
La primera constancia que se tiene de negroafricanos en el mundo ibérico es la de los 700 soldados negros que participaron en la construcción de Al-Ándalus, señaló Germán Santana. Aquello supuso que dejara de saberse de África por terceras personas, para empezar a conocerla mediante los propios africanos que venían a luchar.
En Al-Ándalus, además de contar con población subsahariana, tuvieron contacto comercial para adquirir oro y marfil, entre otras materias primas. Una relación económica a través de la que fluirá el conocimiento. El conocimiento andalusí se centró en el Sahel, sobre todo en el occidental y un poco en el central.
Abdallah al-Bakri conseguirá describir todo el Sahel en el siglo XI, cuando en el norte de Europa todavía ignoraban lo que había más allá del Sáhara. Realizó descripciones detalladas de las rutas alcaravaneras y del reino de Ghana, entre otros aspectos, incidiendo en que los habitaban seres en climas extremos, pero reconociendo que esas personas tenían Historia.
En este tiempo, se inaugura la literatura de viajes con las peregrinaciones a La Meca en las que los ibéricos contactan con los pueblos de Etiopía. Por ejemplo, el valenciano de ascendencia árabe Ibn Yubair. También estaban los judíos que, como Benjamín de Tudela, peregrinaban a Israel.
Avanza la Reconquista, retrocede el conocimiento
En la corte cristiana de Alfonso X el Sabio, los africanos pasaron a considerarse gente sin ley ni entendimiento. Se volvió a la inferioridad que ya les asociaba Beato de Liébana. Algo que más tarde servirá como justificación de la esclavitud.
La excepción a esta dinámica la marcó Ramon Llull (siglo XIII), pionero en proponer la evangelización de los africanos. En su Mallorca natal se creó la Escuela de traducción y, después, siglos XIV y XV, la Escuela cartográfica mallorquina, para saber más dada la intención de emprender expediciones ultramarinas. Y es que los Estados bajomedievales cristianos quisieron conocer los reinos del oro tanto, para extender la cristiandad, como para mejorar el comercio.
Otra figura imprescindible de este tiempo, y subrayada por Santana, es la del granadino León el Africano (siglo XV). A raíz de sus viajes por el continente, elaboró “Descripción general de África”, con la que se pasó de la costa, a conocer el interior continental.
La esclavitud, el gran negocio
A menudo se obvia el papel que jugó la Corona española en el comercio esclavo, pese a que, del siglo XVI al XVIII (especialmente, en este último), fue la gran empresa ibérica. Una época en la que Felipe II, antes de ser proclamado rey y por la plata que podía obtener de aquellos territorios, promovió la guerra de Angola (desde 1575).
Se admitía la esclavitud porque aparecía en la Biblia, pero con las condiciones de que se dispensara un buen trato a los esclavos y de que hubieran sido ganados en “buena guerra”. José de Jaca fue el primero en oponerse, pero no logró la influencia necesaria. Por su parte, Tomás de Mercado escribió sobre las malas condiciones a las que se sometía a los esclavos.
Se multiplicaron las misiones evangelizadoras hispanas que, en el siglo XVI, fueron de jesuitas, y en el siglo siguiente, de capuchinos. Sobresale el madrileño Pedro Páez, autor de “Historia de Etiopía”, que incluye todas las dinastías. Fue apodado “el apóstol de Etiopía” tras lograr convertir al rey copto, y también fue el primer europeo en llegar al lago Bondad, al Nilo azul, antes incluso que los británicos, que lo hicieron en el siglo XIX. En el XVII, José Pellicer de Tovar escribió “Misión evangélica del reino del Congo”.
Representación del hacinamiento de los esclavos en los barcos que los trasladaban de África a otros lugares (Museo Histórico de Senegal, isla de Gorée)
Ya en el siglo XVIII, el objetivo español pasó a ser fijar una base estable en el continente, fundamentalmente, para abastecerse de mano de obra esclava para las colonias de Cuba y Filipinas. Y consiguieron Guinea Ecuatorial, “cedida” por Portugal (si bien tampoco tenía absoluto control sobre ella). Se escribieron ensayos sobre el aprovechamiento económico de determinadas plantas y se crearon jardines de aclimatación o botánicos.
A finales de siglo, en Reino Unido, se impuso el abolicionismo de la esclavitud por el empuje del capitalismo. Curiosamente, en el mismo siglo, España incrementó su comercio de esclavos y abolió la práctica. Aunque lo hizo primero en la metrópolis y aún tardaría otro siglo, hasta 1886, en abolirla en sus colonias.
La España colonizadora
Finales del XIX y principios del XX fueron tiempos de evolucionismo y darwinismo y se empezó a ir a África para civilizar. Joaquín Costa, defensor del colonialismo español, insistió en el valor de los españoles en tanto intermediarios, no tan lejanos a los africanos, ni geográfica ni climáticamente hablando, en comparación con los noreuropeos. No se escribieron obras generales sobre el continente, sino textos centrados en las colonias. Les arrebataron su Historia a los subsaharianos. Se les veía como estancados.
Con el franquismo, fruto de la influencia del lusotropicalismo, se impuso el hispanotropicalismo. Insistían en que la labor no era colonialista sino colonizadora. Se veía al negro como científicamente inferior. José María Cordero Torres, uno de los apoyos ideológicos del Régimen, escribió “Textos básicos de África”, donde desarrollaba su teoría de que el español era uno de esos “pueblos especialmente dotados para conducir o guiar a otros [pueblos] más atrasados”. Luis Sáez de Govantes fue el autor de “El africanismo español”, en el que defendía la superioridad moral de España, que no se había comportado como el resto de potencias, como un cuervo, en alusión al reparto de la Conferencia de Berlín (1884-1885).
Afortunadamente, en la democracia, llegó la conciencia de que habíamos quedado atrasados en el conocimiento del África subsahariana. Empezaron a surgir estudios, más allá de los centrados en las colonias, y se ampliaron las temáticas. En este punto, Santana reseñó la “Historia del África Negra”, de Carlos González Echegaray, como precursora de las numerosas publicaciones de africanistas hispanos de las que podemos disfrutar en la actualidad.