Ser pobre es una mierda. En su ensayo “El hambre” Martín Caparrós planteaba la misma pregunta a las decenas de personas que visitaba en Bangladesh, India, Níger o los Estados Unidos: “¿Si pudieras pedir lo que quisieras a un mago, qué le pedirías?” La respuesta de Aisha, en Níger: una vaca. El escritor argentino insistió, sorprendido por una respuesta tan humilde. Y Aisha le contestó, más ambiciosa, que dos vacas. Que con dos vacas seguro que nunca más pasaría hambre. Ser pobre es una mierda, pero seguramente uno de los aspectos más desagradables de ser pobre es escuchar a los analistas de la pobreza. Cada vez que se intuye una escasez de recursos, la tentación del maltusianismo es fuerte. El reverendo Malthus consideraba que el mundo se encaminaba a un problema irresoluble: la comida no bastaría para toda la población mundial, y el crecimiento demográfico acabaría creando un mundo asolado por el hambre. Malthus murió en 1834, pero su teoría reaparece de forma esporádica en un mundo que produce comida para 12.000 millones de personas y que, aunque solo tenga que alimentar a 7.000 millones, no encuentra –o no sabe o no quiere- la manera de alimentarlos a todos.
Los gráficos nos dan la ilusión de una realidad técnica, pulcra, limpia, a punto de ser resuelta. Aunque puedan ser útiles, los gráficos no tienen en cuenta cuestiones políticas más complejas y, a veces, construyen realidades paralelas. El artículo “África y la demografía como problema” de Joaquín Sabaté Díaz de Entresotos nos muestra unos cuantos ejemplos con PIB, PIB per cápita y comparaciones entre países ricos y pobres. A medida que desmenuza la realidad con los gráficos, Sabaté Díaz de Entresotos llega a una conclusión: el aumento de la población y los pocos empleos disponibles generarán problemas. El análisis es comparable a elaborar un pequeño estudio de las Islas Marshall con dos variables. En las Islas Marshall ha habido un aumento del PIB desde 1985. En las Islas Marshall desde 1985 ha aumentado el consumo de pizza (pueden consultar en Tripadvisor donde comer las mejores pizzas de la isla aquí). Si alguien intentara explicar que el causante del aumento del PIB es el mayor consumo de pizza, difícilmente le creeríamos. Sin embargo, considerar que la demografía es lo que impide que África salga de la pobreza sigue siendo, en 2019, un análisis digno de ser escuchado.
Desarrollo en perspectiva comparada
Y eso que el artículo, en algunos puntos, está cerca de dar con la realidad cuando compara la natalidad en África con la de otros continentes. Esos continentes, especialmente la región de Asia oriental, han reducido considerablemente su natalidad a medida que reducían la pobreza. Es la mejora de la economía la que hace caer la natalidad, y no la caída de la natalidad la que hace mejorar la economía. Esto nos obliga a preguntarnos, ¿Qué hicieron en Corea del Sur que no hicieran en Ghana? Ya les avanzo que la respuesta no es repartir preservativos.
Tal y como recuerda el economista surcoreano Ha Joon-Chang, su país es un ejemplo de intervención estatal, proteccionismo y restricciones comerciales. Los chaebols, empresas con ramas en distintos sectores, recibían créditos blandos desde el sector bancario –en muchos casos controlado por el gobierno. Corea del Sur controlaba las importaciones en aquellos sectores donde quería crear industrias que, a medio plazo, le generaran un valor añadido. Al principio no eran competitivos, y las pérdidas de esas ramas se cubrían con los ingresos de otros sectores que generaban menos valor. Samsung, por ejemplo, empezó vendiendo pescado seco. Esa economía mixta era tan pobre como Ghana cuando el país africano se independizó, pero hoy es uno de los países más ricos del mundo. Al crear industrias competitivas en sectores que generan valor, las acumulaciones internas han permitido mejorar el nivel de vida de los surcoreanos. La inversión en educación sirvió para conseguir los trabajadores formados que pudieran mejorar esa industria creciente. La coordinación entre el Estado, el sector privado y la educación creó las sinergias suficientes para generar un círculo virtuoso.
La situación en los países africanos ha sido muy diferente. Su estructura colonial –venta de materias primas, compra de productos manufacturados- no cambió durante las independencias, y el vaivén de las materias primas marca el futuro de países enteros. Cuando los precios están altos, hay inversiones en educación y sanidad, cuando los precios están bajos, los países hacen fallida. Ningún análisis sobre la pobreza en África puede menospreciar esta cuestión, y más cuando fueron los planes de ajuste estructural del FMI en los 80 los que acabaron con el –poco- sector público que había. Los planes de ajuste estructural encararon las economías todavía más a la exportación de materias primas. La sustitución de cultivos tradicionales –dedicados al consumo local- por materias primas a exportar generó una situación irónica: ahora eran personas hambrientas las que plantaban y hacían crecer la comida de los demás.
Comenta Sabaté Díaz de Entresotos que el sentimiento de comunidad crea una cultura de la dependencia que ahoga la mentalidad emprendedora. Joon-Chang le replicaría que, al contrario de lo que se intuye, es en los países pobres donde hay más personas autoempleadas: en Ghana son el 66,9% y en Benín roza el 90% de la población. En Noruega, Estados Unidos o Francia la cifra no llega al 10%. La mentalidad de la cultura de los países como freno al desarrollo es otro clásico que el tiempo va desmontando: a principios del siglo XX, los japoneses eran considerados vagos, y los alemanes eran “demasiado estúpidos, individualistas y emocionales para desarrollar sus economías”. El paso del tiempo –y el desarrollo de sus países- nos han obligado a construir otros tópicos: si Alemania o Japón funcionan bien es, precisamente, gracias al carácter de sus habitantes.
Los «límites» externos al desarrollo
Otro argumento es el de la cuestión étnica como impedimento para construir sociedades democráticas. Cabe destacar que Ruanda es, a nivel etnolingüístico, tan homogénea como Corea del Sur. Partiendo de esa regla de tres, alguien podría concluir que Ruanda nunca puede tener conflictos de raíz étnica tal y como sucedió en 1994. Este ejemplo nos demuestra que las etnias, más que a una cuestión fija y natural, responden a construcciones políticas. Es desde la política que se construirán sociedades donde tu origen no marque cómo vives. Cabe señalar –usando la jerga de los economistas serios- que en los países africanos no ha habido incentivos para moverse de las políticas etnicistas. Por ejemplo, Patrice Lumumba quería acabar con las divisiones étnicas y construir un Congo soberano. Lumumba comentaba, de hecho, que esas divisiones habían servido al colonialismo para dominar el país. Hizo su discurso inaugural como Primer Ministro el 30 de junio de 1960, y el 17 de enero de 1961 fue asesinado a manos de katangueños con un discurso puramente étnico. Su líder, Moïse Tshombe, fue aplaudido por la prensa española de la época. El dictador militar que vino después, Mobutu Sese Seko, llenó el ejército de personas de su grupo étnico, los ngbandi, mientras recibía el apoyo indiscutible de Occidente. Lumumba quería acabar con el control colonial; Mobutu aseguró un aliado occidental en el corazón de África. Uno duró 6 meses y acabó troceado y disuelto en ácido sulfúrico por dos belgas; el otro duró 32 años y murió tranquilamente en su cama. Los análisis que conminan a los africanos a abandonar la política étnica tienden a olvidar que estos africanos han existido –Um Nyobé en Camerún- pero que han sido asesinados con el apoyo expreso de Francia, Bélgica o los Estados Unidos.
La cuestión del género que plantea el artículo es una aportación válida, aunque en algunos casos ha servido para apuntalar discursos abiertamente racistas como el del ministro de desarrollo alemán, Gerd Müller. Pero en este caso, tampoco hay grandes incentivos para los políticos que han hecho políticas contando con las mujeres. Thomas Sankara en Burkina Faso puso a mujeres a dirigir ministerios, prohibió la ablación y promovió la escolarización femenina. También quería que su país saliera de la órbita del FMI. Lo comentó en Julio y en Octubre ya le habían asesinado. Su sucesor, Blaise Compaoré, deshizo todos los logros en sanidad, educación y derechos de la mujer y duró 27 años en el poder, hasta que una revuelta popular le obligó a marchar e impidió a Francia su reposición. Las mujeres también tienen un papel importante en revoluciones como la de Sudán, donde han liderado el movimiento que ha contribuido a la caída de Omar al Bashir. El gran escollo hacia la liberación de las mujeres también es geopolítico. La UE envía dinero a Sudán desde hace años para que este país haga el control migratorio en la zona. En algunos casos, usando a antiguos criminales de guerra. Estados Unidos necesita un aliado en la guerra contra el terrorismo. Rusia y China venden armas y compran petróleo sudanés. Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos no quieren un cambio de régimen que podría ser un mal ejemplo en su territorio. Una vez más, fuera de los gráficos, la política.
La corrupción sirve para justificar todos los males de África, pero es como los embarazos: habitualmente necesita, como mínimo, dos partes para ser posible. El gráfico que usa Sabaté Díaz de Entresotos relaciona corrupción con Índice de Desarrollo Humano. Los datos de corrupción vienen de Transparencia Internacional, una organización que año tras año deja a la mayoría de países africanos como los más corruptos del planeta, mientras los países occidentales lideran la lista de los más limpios. ¿Cómo calculan eso en TI? ¿Tienen en cuenta que los corruptos dictadores africanos esconden su dinero en Suiza o en varios paraísos fiscales? ¿Cómo contabilizar las propiedades que Bongo, Biya o Eyadema tienen en Europa? Por lo visto, se puede ser un adalid de la transparencia mientras guardas los activos de algunos de los tiranos más corruptos del planeta. Un economista burundés, Léonce Ndikumana, demostró en un libro junto a James Boyce que 700 000 millones de dólares habían abandonado el África negra en el último medio siglo. Ese dinero, invertido en una cuenta a tasas de mercado, generaría el capital suficiente para doblar el PIB de todos los países de la zona. Aunque parezca mentira, África pierde más dinero que el que gana en su relación con Occidente. Mientras el fraude fiscal, la repatriación de capitales y el robo de los recursos naturales desangran a África, algunos concluyen que es el corrupto carácter africano el que impide el desarrollo.
Con una economía colonial, tus balanzas comerciales son negativas, con lo cual tendrás que endeudarte para cumplir con las cuentas. Las crisis cíclicas acaban en recortes de gasto y el resultado más claro es la fuga de cerebros. Los países africanos ya forman médicos y profesores, pero muchos de ellos acaban ejerciendo en los países ricos. Los cantos a la inversión en capital humano siempre olvidan que, sin industria, esas personas acabarán viviendo en el extranjero. Sin una economía productiva, difícilmente se crearán las instituciones que la gestionen –tal y como ha pasado en todos los países ricos. Estados Unidos no se enriqueció porque creara el instrumento de la Reserva Federal, más bien fue la necesidad de gestionar su creciente economía y su sector bancario lo que llevó a crear esa institución. Pese a esa evidencia, algunos concluyen que el problema de África no es su estructura económica, sino que no tiene una Reserva Federal como Estados Unidos.
Obviar la explotación para fijarse en detalles periféricos nos permite construir argumentos de este tipo. El problema de Níger no es que su uranio sirve para iluminar Francia gracias a la empresa Areva. El problema de Níger no es que su agricultura es paupérrima y, pese a tener un recurso mineral clave, no tiene dinero para invertir en ella. El problema de Níger no es que su presidente fuera depuesto en un golpe de Estado después de intentar negociar con los chinos un acuerdo más favorable. Ni que su sustituto actual –Mahmadou Issoufou- sea un exempleado de la multinacional francesa que explota al país desde hace medio siglo. Ni que cuando pidieran más dinero a Areva para invertir en escuelas, esta contestara que la educación de los niños de Níger no era asunto suyo. El problema de Níger es que sus mujeres tienen muchos hijos.
El problema no es la demografía
El enfoque maltusiano ve la tarta africana como algo estático: mucha gente y poca tarta acabará en problemas. Desafiando esa lógica, debe destacarse que Holanda tiene una densidad de población muy superior a la del Congo, pero es un país riquísimo. A nadie se le ocurriría decir que Holanda tiene una densidad alta y que sus mujeres deberían vigilar de no arruinar la economía. Hablar de demografía nos impide ver que Holanda es rica porque tiene industrias en sectores con rendimientos crecientes y el Congo no. Respecto a la ayuda exterior, deberíamos preguntarnos por qué Europa ayuda a África desde hace medio siglo y el resultado ha sido tan discreto. La industria humanitaria representa casi 135 000 millones de dólares, y da empleo a decenas de miles de personas, pero los principales beneficiarios de ese dinero son los trabajadores de la industria. Ningún fracaso fue tan sonoro y a la vez tan lucrativo.
En 2005, el Banco Mundial concluyó que el 40% de la ayuda acababa en los bolsillos de los consultores occidentales. No deja de ser cruel que países que acaban con sus médicos haciendo de taxistas en París luego tengan que gastarse una parte de sus pocos ingresos en contratar a carísimos expertos occidentales. Ni China ni Corea del Sur necesitaron nunca tanta ayuda. Por eso, en África, cada vez miran más hacia el Este.
—
Este artículo es una respuesta del colectivo que forma la web de divulgación de la realidad africana Africaye.org, y ha sido escrito por el periodista Jaume Portell Caño.
Buenas,
me ha encantado el artículo. Cómo puedo hacer una contrarréplica??
Gracias
Abrazos
Hola Joaquín. Puedes proponer tu artículo al equipo de editores siguiendo las instrucciones que publicamos aquí: https://www.africaye.org/escribe-en-africaye/
Felicidades por el artículo Africaye!!. De obligada lectura